Sándor es un hombre exiliado de su país en guerra que llega a otro lugar impreciso de Europa donde vive inmerso en una monotonía asfixiante. Su rutina diaria se repite una y otra vez y su lugar de trabajo es su cárcel. La soledad, la tristeza y los recuerdos de un ayer tormentoso le acechan. La esperanza no existe y solo la imagen de una mujer imaginaria llamada Line y su pasión por la escritura le mantienen vivo. Cuando Line aparece en su vida real aprende a amar y la ilusión crece en su interior, pero las mentiras y la obsesión posesiva en las que se sustenta lo llevan hacia una relación destructiva y perturbadora. La escritura como refugio y salvación, el sentimiento de no pertenecer a nadie ni a ningún sitio y la soledad en un lugar que acoge pero no libera, forman parte de los temas recurrentes de la autora. La prosa directa y concisa de Agota, con distancia emocional y dosis de pinceladas autobiográficas nos trae de nuevo a ese mundo gris que invade sus novelas. Pero esta vez su pluma se vuelve más poética, más mágica y a ratos onírica. Una novela que nos llevará a reencontrarnos con la autora y reconocerla si hemos leído anteriormente Claus y Lucas o La analfabeta. Y si no lo hemos hecho puede ser una buena puerta de entrada, que sólo tiene un pero, sus escasas cien páginas nos dejan con ganas de más. |