Jadeante y furiosa, Garrett se encontró pegada a su cuerpo fuerte y musculoso, inamovible como una muralla. Estaba total y absolutamente indefensa.
Tal vez fuera la temeraria velocidad de su corazón la culpable de la extraña sensación que la abrumó, una serenidad apacible que enraizó en sus pensamientos y disolvió la percepción de todo aquello que la rodeaba. El mundo desapareció y solo existía el hombre que se encontraba a su espalda, cuyos fortísimos brazos la rodeaban. Cerró los ojos y aspiró el leve olor cítrico de su aliento, consciente del movimiento acompasado de su pecho y de los desbocados latidos de su propio corazón.
Una suave carcajada puso fin al hechizo. El sonido le recorrió la espalda con suavidad. Intentó liberarse.
—No se ría de mí —le advirtió con ferocidad.