—Lo que quería decir es que tú eres la aventura —replicó Helen, mirándolo por encima del borde de la taza con ojos sonrientes. Él notó que se le alborotaba el corazón. Siempre había disfrutado despreocupadamente de las mujeres, de las que aceptaba sus favores con total naturalidad. Ninguna de ellas le había provocado nunca aquel doloroso anhelo. Que Dios lo ayudara, no podía permitir que ella supiera jamás el poder que ejercía sobre él o estaría a su merced. |