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Crítica de Ferrer


Ferrer
25 February 2020
Desde que alcanza el éxito en 1973 con Carrie, Stephen Edwin King (n. 1947) acumula lectores y libros año tras año. El escritor de Maine, que comenzó cavando fosas para cobrar su primer sueldo y que tuvo que vivir en una caravana, tiene más de cincuenta novelas en su haber (además de los libros firmados con los pseudónimos Richard Bachman y John Swithen), fruto de su exigencia particular de escribir un mínimo de diez páginas al día. El penúltimo es El instituto (Plaza Janés, 2019), que reseñamos a continuación a la espera de que llegue a Ecuador su último libro, Elevación.
Esta fecundidad y su constante éxito de ventas le ha llevado a ser calificado por sus detractores como el Mc Donald's de las letras. Sus novelas han sido adaptadas al cine en numerosas ocasiones, pero King solo ha quedado contento con la versión de Cadena perpetua, ni siquiera la espléndida El resplandor de Kubrick ha obtenido su beneplácito.
Con un estilo al servicio de la acción, una facilidad pasmosa para crear personajes bien conformados a golpe de hechos, no de juicios, y una capacidad para dotar a la realidad ficcional de una serie de detalles que la robustecen mediante precisas descripciones y momentos estremecedores, el escritor aprovecha en El instituto para criticar al poder político y su capacidad para manipular sin cortapisas el futuro de las personas. La concatenación de acontecimientos que orientan y desorientan al mismo tiempo (“los grandes acontecimientos basculan sobre bisagras pequeñas”), el detonante entre lo imprevisible y lo irreversible, la aleación entre observación e introspección y el uso de la prolepsis para añadir tensión narrativa completan el resto de ingredientes de esta novela.
Si bien la descripción verosímil de la inverosimilitud resulta equilibrada (César Aira dijo que “la realidad es lo más misterioso que hay”), King resuelve de manera aceptable el conflicto generado por la irrupción de lo sobrenatural y mantiene en pie las irracionalidades que han justificado la narración ficcional, porque King entiende que no es posible solucionar el conflicto cognitivo generado por la aparición de lo sobrenatural en un contexto regido por leyes naturales.
Cuando uno concluye la lectura del primer capítulo, nada hace pensar que está leyendo a King, sino una novela policial con Tim de protagonista. A partir del segundo capítulo, todo cambia, el protagonismo lo asume el joven Luke y el instituto, donde Luke “se hallaba en un lugar extraño, temía por sí mismo y le atemorizaba lo que pudiera haber ocurrido a sus padres, pero también tenía doce años” y el elemento sobrenatural empieza a desvelarse. King demuestra su capacidad para atrapar al lector con detalles que no abruman ni sobreabundan y con un manejo adecuado de la intriga, con unos personajes bien perfilados (aunque los secundarios son maniqueos) y con una proliferación de diálogos mediante los cuales suele avanzar la acción narrativa (incluso entre las páginas 266 y 268 logra cierta ansiedad en el lector). Los especialistas han establecido vínculos entre King y Lovecraft, Poe, Hoffmann, es decir, que la prosa del autor de Misery y 22/11/63 no renuncia a la tradición fantástica, sino que se asienta en ella. de hecho, el final recuerda al norteamericano Philip Krinded Dick.
Aunque cabe lamentar la confusión entre noche y madrugada y la proliferación de comas antes de conjunción copulativa, esta es una buena novela de King que no decepcionará a sus numerosos seguidores, siempre hambrientos de nuevas historias entretenidas y sabedores de que King no es alta literatura, pero su poder de seducción (apoyado en esta edición por una espléndida portada y una acertada sobrecubierta con pocos datos argumentales) es irresistible.
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