Quizá penséis que no hay nada gracioso en una mujer que se las ha arreglado para desempeñar un trabajo y también criar a su familia decidiendo probar algo nuevo ampliar un poco sus horizontes. Y, naturalmente, tendréis razón. También quizá penséis que mi padre y yo teníamos motivos sobrados para avergonzarnos de nosotros mismos que no éramos más que un par de cerdos machistas retozando en la cocina, y también tendríais toda la razón. No discutiré ninguna de las dos cosas, pero sí diré que si se hubieran visto sometidos, como papá y yo —y también Elaine— a frecuentes lecturas de sus Apuntes de Amor y Belleza, podríais comprender un poco mejor la causa de nuestras risas.