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Crítica de Guille63


Guille63
08 March 2023
Han pasado ya unos cuantos días desde que terminé esta novela y todavía me estoy preguntando por qué no me gustó más, por qué no le he otorgado las cinco estrellas. Aunque la parte final de la novela, la estancia en el hospital, se me hizo algo pesada, pienso que la razón fundamental de ello es esa de la que ya hablé recientemente en otra reseña: el hartazgo que tengo sobre el tema del holocausto. Esta razón, que en aquella novela perdió peso en favor de otras más poderosas, parece superar aquí a los argumentos favorables que he encontrado, y no son pocos.

Uno de los grandes aciertos de la novela es el estilo. El tono ligero, frío y distante llama mucho la atención en una novela testimonio como es esta (aunque el autor siempre ha mantenido que se trata de ficción, el fondo tiene un claro carácter autobiográfico). Imposible saber cuáles serían nuestras sensaciones ante la primera parte del relato, previo al campo de concentración, si no supiéramos en todo momento cuál será su destino. La lectura está marcada por ese conocimiento que dota de una especial fuerza dramática, un dramatismo triste y cruel, toda esa ligereza a la que antes me refería. Un efecto paralelo al horror que se desprende de, según nos cuenta Gyürgy Küves, el adolescente que nos relata en primera persona su experiencia, la relativa educación y amabilidad con la que los alemanes dirigían a los judíos a los horrores que les estaban destinados. Unos horrores que se iban produciendo e intensificando paso a paso y que eran asimilados e integrados en la vida cotidiana de los judíos mientras intentaban permanentemente dotar de lógica y normalidad a todo aquello que les iba sucediendo con la esperanza, en contra de toda razón, de que cada cambio fuera para mejor o, en el peor de los casos, terminara pronto.

Esta es una de las grandes originalidades de la novela y la que da significado al título. Todo lo ocurrido no fue parte del destino que Dios tenía reservado al pueblo judío, como muchos de ellos pensaban. Ocurrió porque unos alemanes así lo quisieron y perpetraron y porque otros muchos, judíos y no judíos, permitieron o, al menos, no combatieron con la suficiente determinación. Es más, la admiración que en varias ocasiones siente el adolescente judío por el orden, la marcialidad, la educación de los nazis parece sugerir que los papeles podrían ser perfectamente intercambiables si otras hubieran sido las circunstancias.

Esto constituye una parte del sentimiento de culpa que, una vez terminado el conflicto, embargaba a muchos de los supervivientes y que incluso empujó a algunos de ellos al suicidio. Esa culpa por el “conformismo” con el que se enfrentaron a los horrores se une al hecho de haber sobrevivido. Como decía Primo Levi «Sobrevivían los peores, es decir, los más aptos; los mejores han muerto todos». El preso se convertía en una máquina de supervivencia que no respondía a ningún escrúpulo ético. Quizás esto explique otra de las cuestiones que llaman la atención en la novela: la nostalgia del campo que en ocasiones siente el protagonista tras su liberación y hasta el recuerdo de ciertos momentos felices. En aquellas circunstancias todo era más fácil: vivir o morir.
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