Aunque se la sabía de memoria, Elizabeth procuraba no quitar la vista de la partitura, consciente como era de que Dankworth había dejado de observar a las niñas para mirarla a ella. Él estaba ligeramente reclinado sobre una mesa y parecía embelesado ante esa contemplación. La joven, sin embargo, iba notando progresivamente un calor que la aturdía y deseaba que aquel momento acabara pronto al tiempo que luchaba por sobreponerse.
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