Algo que brilla como el mar

Cuando tenemos esa edad en la que nada está claro, tendemos a tomar dos posturas totalmente enfrentadas: la rebeldía o la apatía. Ninguna de las dos parece satisfacer a los adultos que nos rodean.
Si la apatía gana terreno, ni siquiera la reconocemos como tal. Puede que tampoco lo sea. Quizá no es más que el desconocimiento sobre lo que nos espera, sobre las diferencias entre nuestra propia personalidad y la de aquellos que tomamos por iguales. Nos confundimos. Nos situamos en el silencio. Todo nos da igual. O, al menos, nos lo parece.
Tenemos que caminar muchas veces a tientas por caminos ya deshabitados para atisbar esa luz que nos guiará en los años venideros. Hablar, escuchar, amar. Preguntar. Preguntar mucho para comprender la más sencilla de las enseñanzas que se grabará a fuego en nuestra mente mientras nuestro cuerpo sigue avanzando. Que no estamos solos. Que algún día moriremos. Que los pensamientos ruedan y ruedan y provocan cambios apenas perceptibles pero definitivos. Que todos los días sale el sol.