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Crítica de vedacris


vedacris
13 July 2021
¿Qué es “La casa de las bellas durmientes”? No deja de ser un prostíbulo japonés, pero tiene características especiales e inquietantes. La clientela de esta casa son hombres ancianos que “han dejado de ser hombres”, las chicas que allí trabajan (y no digo chicas por infantilizar, es que son realmente muy jóvenes) pasan toda la noche dormidas debido a cierta “medicina” que se les administra. Los clientes tienen normas muy claras: la penetración no va a ser posible ya que fisiológicamente han perdido esa capacidad, pero tampoco pueden llevarla a cabo por otros medios, ni lastimarlas de ningún modo, ni hacer “nada de mal gusto”. Lo que limita esas noches a dormir junto a ellas y a los toqueteos varios que podamos imaginar.

Supongo que hasta aquí entenderéis mi incomodidad y lo difícil que me ha resultado contextualizar la obra en el tiempo y el espacio para dejar al margen las gafas violetas con las que leo todo.

Pero luego están las formas y el fondo de esta historia… Aún siendo consciente de la cantidad de profundidad y musicalidad que se ha perdido en el cambio de idioma (del japonés al castellano) y de las metáforas que me he perdido precisamente por esa espiritualidad característica de la literatura oriental con la que no estoy nada familiarizada, la prosa me ha parecido una delicia. Es una historia cargada de erotismo sutil y que básicamente nos va a hacer pensar en la vida y la muerte, en las pasiones humanas, las culpas, la negación de la decrepitud que trae el tiempo y la necesidad de resistirse a “no sentir”. Las constantes referencias a la naturaleza, no solo como atrezo sino como parte de esas metáforas que os comentaba, me han parecido bellísimas.

El papel que representa la "madame" de la casa me parece impresionante. Está como en la sombra, parece no pintar nada, pero entre líneas se puede sacar mucho jugo de su presencia, su descripción y sus intervenciones.

Al final “las bellas durmientes” transcienden de su papel de prostitutas al de confidentes silenciosas que “dormidas y mudas, decían lo que los ancianos deseaban” porque “para los ancianos que pagaban este dinero, dormir junto a semejante muchacha era una felicidad fuera de este mundo” que les haría evocar tiempos mejores y a las mujeres de su vida sin pasar por la vergüenza de que unos ojos jóvenes los vieran sin su virilidad pasada.

Sigo sin ser capaz de quitarme de la cabeza la parte de esa utilización del cuerpo femenino para disfrute y goce del masculino, y encima en una situación tan de suma desventaja, pero tampoco puedo omitir lo sugerente de la “moraleja” ni la preciosa manera de escribir de Kawabata.


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