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Crítica de Queridobartleby


Queridobartleby
02 May 2022
Los relatos de «El descenso» los escribe la autora con una nueva identidad, en un intento de romper con el pasado. Tienen como base, las experiencias sufridas en las recientes estancias psiquiátricas.

En muchos de los relatos podemos observar una confluencia con la narrativa de Kafka. No es de extrañar, pues Kafka mantiene una difícil relación con su padre. A instancias de su progenitor tiene que trabajar en la empresa familiar, un empleo que no le es grato. Él solo desea tener tiempo para dedicarse a su pasión, la escritura; robándole horas al sueño para plasmar sus escritos. Esa tensión que mantiene con la figura paterna, de algún modo, tiene que verse reflejada en su obra. Recordemos la situación de extrañeza que vive el personaje principal de «La metamorfosis», inmerso en la soledad e incomprensión de la familia.

En Anna, la figura materna es la que polariza la tensión que se establece entre ambas. Anna, ha crecido alejada del cariño materno. Tiene que renunciar a sus estudios en Oxford en favor de un matrimonio de conveniencia, a instancias de su madre. No hay que olvidar que dependerá económicamente de su madre. Sus escritos apenas aportan beneficios en tiempos difíciles. Es cierto que tratará de mantenerse alejada de la madre, pero ello, al amparo de relaciones sentimentales frustradas y traumáticas. Solo encontrará amparo en el refugio emocional que le ofrece Ian Hamilton, durante un tiempo; la comprensión, entendimiento y amistad del psiquiatra Karl Bluth; algunos amigos, como Rhys Davies. Pero a diferencia de Kafka, en Anna, a la traumática relación y dependencia de su madre se unirá su adicción permanente a la heroína.

En los relatos, tendremos una narración dominante en primera persona, salvo en la mayoría de los apartados del relato principal, titulado al igual que el libro, «El descenso».

En el relato inicial, «La marca de nacimiento», la narradora, una joven de 14 años, que podemos relacionarla de algún modo con la misma Anna; ya que nos indica que su madre la ha enviado a un internado en Suiza, debido a la enfermedad de su padre. En la vida real, su padre se suicida. Pero en el relato, quien polariza la atención es una joven compañera de especial sensibilidad, que parece mantener comportamientos atonales con el resto:

«Aunque no era impopular, no tenía amigos íntimos; y aunque estaba en los primeros puestos tanto de capacitación académica como de deporte, siempre había algún suceso inevitable y accidental que le negaba el éxito supremo. Parecía aceptar ese destino sin cuestionárselo.»

La narradora testigo, tratará de acercarse a ella, teniendo lugar un extraño momento:

«H. se subió una de las mangas y silenciosamente señaló una mancha en la parte superior del brazo. Era una marca de nacimiento, un trazo leve, como si la tinta se hubiese descolorido, que a primera vista parecía no ser más que una pequeña red de venas bajo la piel. Pero cuando la examiné más de cerca vi que se parecía más a un medallón, un diseño en miniatura, un círculo hecho con puntas afiladas que albergaban una forma pequeña, muy suave y tierna, quizá una rosa.»

Ese episodio es clave para el desenlace que vivirá la narradora; kafkiano y turbador. Aquí podemos observar la otredad que va a desarrollarse en algunos textos narrativos de Kavan.

En «Ascendiendo al mundo», como ocurría en el relato anterior, hay cierta atmósfera kafkiana, donde la protagonista vive en un entorno oscuro donde anida la niebla. La soledad que padeció en su infancia, Anna, la refleja en sus personajes:

«¡Me muero de frío y de soledad allí abajo, en la niebla!” exclamo con una voz que tartamudea de tan urgente que suena; “por favor, sean amables conmigo. Permítanme compartir un poco de su luz y calidez. No les causaré ningún problema.»

Transmite en el mismo relato, además de la soledad, la incomprensión. Puede reflejar también un estado mental en el que se siente aislada del mundo:

«Dudo incluso de si me están escuchando. No saben cómo es la niebla; para ellos no es más que una palabra. No saben lo que significa estar triste y sola en una habitación fría en la que el sol no brilla nunca.»

En «El enemigo», Anna hace referencia a una amenaza. Este elemento es muy común en sus textos. La protagonista, prolongación de ella misma se encuentra escribiendo. Alude la narradora a personas uniformadas con chaquetas blancas viniendo a por ella, una con una jeringuilla hipodérmica. La situación remite a una reclusión en un Centro mental. El «enemigo», puede ser también fruto de una alucinación:

«En algún lugar del mundo tengo un enemigo implacable, aunque no conozco su nombre. Tampoco sé que aspecto tiene. de hecho, si entrara en este mismo instante en mi habitación, mientras estoy escribiendo, seguiría sin reconocerlo.»

Esa amenaza en «Un cambio de estado», tiene lugar por la noche en una casa vieja. Temores nocturnos, quizás Anna por la adicción padeciera estados de insomnio alterados:

«Por la noche, la casa vieja abre sus pétreos ojos internos y me observa con una hostilidad que apenas resulta soportable.»

En el relato, «Los pájaros», además de la soledad, vive en un estado irreal, padeciendo una espera en la que el futuro no se presenta esperanzador:

«Estoy sola en un mundo donde no tengo nada más que hacer que esperar, día tras día, un destino que solo puedo intuir pero que, en cualquier caso, apenas será más tolerable que la incertidumbre anterior.

Este es el estado de irrealidad en el que he permanecido sumida.»

Conmueve como en ese estado depresivo de fragilidad, el único consuelo lo encuentra contemplando desde el aislamiento, los árboles y vuelos y juegos de los distintos pájaros: carboneros, petirrojos, herrerillos, mirlos …

La espera sin esperanzas tiene también lugar en el relato, «Revelando la injusticia»:

«Qué difícil es sentarse en casa sin nada más que hacer que esperar. Esperar, simplemente esperar, carente incluso de la última y piadosa privación de toda esperanza.

A veces pienso que algún tribunal secreto ha debido juzgarme y condenarme, sin escucharme siquiera, a esta opresiva condena.»

El relato, «Otro fracaso, nada más», es otro ejemplo de incomunicación y de no encontrar consuelo y ayuda en persona alguna. El texto es desolador:

«¿Podría entonces sobrevivir a mi propia condena? Una pregunta sin duda retórica porque, aunque es difícil vivir con tantísima tristeza y tantísimos fracasos, morir parece aún más duro.»

El relato, «La citación», parece estar inspirado en un hecho real. El escritor galés amigo de Anna, Rhys Davies, contaba en la introducción de «Julia and the Bazooka and other stories» (1970); estando comiendo con Anna en un restaurante, se vio alterada por un camarero y su «supuesta fealdad animal»; bajaron a la parte baja y el mismo camarero los volvió a atender. Ella fue al servicio y se inyectó heroína para evitar las injerencias del camarero. al mismo tiempo las alucinaciones de una persona esperándola en el vestíbulo, que aparecen en el relato, debieron ser fruto del efecto de la droga.

Los relatos, «Por la noche», «Un recuerdo desagradable» y «Máquinas en la cabeza»; están marcados por el insomnio y las alucinaciones. de éste último relato, podemos hacernos cargo de la soledad y el sufrimiento por el que estaba atravesando Anna:

«¿Nadie sabe o a nadie le importa que me esté muriendo entre estas palancas y ruedas? ¿Puede alguien salvarme? En realidad no he hecho nada malo… me siento muy enferma, apenas puedo abrir los ojos…»

El relato central del libro, «El descenso», está dividido en capítulos. Se centra en un Sanatorio Mental. Cada uno de los capítulos se refiere a un paciente del Centro. Exceptuando algún capítulo puntual, la narración es en tercera persona. Un narrador omnisciente nos cuenta los anhelos y temores de los pacientes.

Está muy clara la división definida por la autora. Por un lado, los profesionales del centro; vistos de manera despectiva por su trato denigrante hacia los pacientes; por otro, los pacientes; vistos como seres desvalidos. Algún empleado puntual es tratado de modo favorable por su generosa conducta hacia los pacientes, pero siempre remarcando la autora, la difícil conexión anímica que puede establecerse entre ambos.

Se debe destacar en estos textos, la otredad que los caracteriza. Anna Kavan, que ha experimentado en carnes propias sus estancias recientes en Centros Mentales; trata de ponerse en lugar de cada uno de los pacientes, para transmitirnos lo que verdaderamente están sintiendo.

En un capítulo, donde la narración es en primera persona, se incide en el sufrimiento interior, «sueños como máquinas en la cabeza». Para continuar con el monólogo interior en el que, nuevamente la soledad está presente, además de la nula empatía de los profesionales del Centro:

«Estaré siempre sola en esta habitación en la que la luz está toda la noche encendida, donde las caras de desconocidos profesionales, sin calor ni piedad, me miran a través de la puerta entreabierta. Espero, espero, entre la pared y la amarga medicina del vaso.»

Los textos suelen estar protagonizados por mujeres. Pero en un capítulo, Hans, paciente del Sanatorio, lo protagoniza. Las malas noticias sobre su negocio compartido con su hermano lo sumen en la contrariedad y la indefensión. Se nos definen los trabajos de los pacientes en jardinería o en el taller como automatizaciones. Este es otro rasgo que observaremos en los capítulos. Los pacientes son vistos como autómatas, por sus medicaciones. Hay una incomunicación general entre pacientes y trabajadores. Se nos describe una salida al exterior de Hans para enviar un telegrama donde un operario oscuro destruye su misiva. Posible alucinación.

En otro capítulo. Una madre angustiada habla con el jefe médico para ver a su hija en el sanatorio. Éste le niega la visita. Zèlie su hija se desesperará pensando que su madre no ha querido verla. Pieza angustiosa. Demuestra el autoritarismo y la insensibilidad médica.

En otro capítulo, un marido supuestamente, lleva a su mujer a la Clínica Psiquiátrica. Kavan describe con benevolencia a la mujer, en cambio, acompañante y psiquiatra son descritos de forma negativa, por su escasa empatía y frialdad hacia la futura paciente.

En los escasos capítulos que se establece una conexión entre el personal del Centro y los pacientes, destaca el de una empleada de limpieza y una paciente. La empleada de estrato humilde limpia la habitación de una paciente de estrato social acomodado. La limpiadora observa la tristeza en la que está sumida la paciente y trata de consolarla: Entre ellas se establece una interrelación. Parecen romperse las convenciones sociales:

“No sea tan infeliz. No se está tan mal aquí… Y saldrá pronto y volverá a su casa. ¿No puede considerar su estancia como unas pequeñas vacaciones?”

«“Estoy aterrorizada… muy sola… y tan lejos de todo”, contesta la otra en un susurro, saboreando las lágrimas en su boca. Aún se siente como en un sueño, ajena a la inapropiada situación.»

El capítulo continúa y se atisba cierta luz esperanzada en la soledad en la que habita la paciente.

Un capítulo muy destacable se refiere a un centro con mayor supervisión por los casos, La Pinède. Hay un asistente de guardia que abre y cierra la puerta. La asistente es una chica joven, alegre por ver a su pretendiente. Anna destaca la contraposición que se produce entre la chica alegre y la tristeza que reina en el interior del edificio:

«Todo en ella es normal, alegre, sereno. Resulta difícil asociar a esa alegre muchacha con la infelicidad que se esconde bajo ese mismo techo.»

En el mismo capítulo, dos pacientes son amigas; la joven Freda y la madura señorita Swanson. El esposo de Freda, considerablemente mayor que ella, viene a pasar el día junto a ella. Freda quiere que la lleve con él. La señorita Swanson, teme perder a su amiga:

«Un instinto maternal frustrado en ella se ha aferrado a esa chica, su compatriota, que como ella está en el exilio, prácticamente una prisionera en ese lugar tan infeliz. Se siente posesiva y protectora respecto a Freda; siente celos de todo aquel que se interponga entre ellas.

“Me alegro de que estés feliz, por supuesto”, continúa. “Pero tengo miedo de que las cosas sean después peores para ti, miedo de que te sientas más sola que nunca cuando tu marido se haya ido.»

La pieza es muy emotiva. En un principio, la señorita Swanson se muestra posesiva con su amiga. Más tarde, se comportará de manera ética y altruista, aún sabiendo que la ausencia de la amiga puede condenarla a la soledad dentro del Sanatorio.

En los dos últimos relatos se retoma la primera persona. «El final está a la vista» es un angustioso relato de corte kafkiano, donde el personaje principal está a la espera de una sentencia. Solo encuentra consuelo en la naturaleza y los objetos inanimados:

«Caminando de vuelta a casa tomé la decisión de salir más a menudo, de no quedarme entre cuatro paredes pensando sin descanso, sino sacar el máximo provecho posible a la naturaleza e identificarme con objetos inanimados, puesto que ellos no suponen una amenaza para mí.»

La narradora sin esperanzas de comunicación humanas, busca un intento de comprensión en un perro, Tige, que aún en su impotencia por no poder ayudar de forma más eficiente a la persona doliente, manifiesta una empatía que ella comprende. Quizás el perro pudiera ser una proyección que la misma narradora ha creado. Es un relato verdaderamente conmovedor.

«No hay final» es el relato que cierra el libro. La narradora y personaje principal, hace alusión a unos versículos de la Biblia que le rondan constantemente en la cabeza y siempre con la amenaza de un «enemigo»:

«“Si en el infierno hago mi lecho, allí estas.” Esa es la frase concreta que retumba en mi cabeza con un acierto horroroso, porque es verdad que he construido mi cama en el infierno y que él está allí conmigo. Él está cerca todo el tiempo aunque no lo vea.»

Pero el «enemigo» del que no parece poder desprenderse y que aparece en varios relatos del libro, nos reconoce la narradora que pueden ser una proyección de ella misma, por la desconfianza que siente hacia la humanidad, que ella encuentra cruel y destructiva:

«Últimamente me ha sobrevenido la idea -lo suficientemente fantástica, lo admito- de que después de todo, probablemente, no sea mi enemigo personal sino una proyección de mi persona, una personificación de mi misma con la crueldad y destructividad del mundo.»

Los relatos son un lamento desesperado y desgarrador de la autora; manifestado en unos personajes desvalidos -prolongación de ella misma-, confrontados con personajes autoritarios y carentes de empatía. Se aúnan en el libro; atmósferas kafkianas; experiencias de internados psiquiátricos; los estados mentales alterados; la carencia afectiva con su madre, prácticamente desde el nacimiento; la fragilidad anímica en la que se encuentra tras sus reclusiones por la adicción; la incomunicación e incomprensión en la que se hallaba y se halla; un estado de impotencia latente; la otredad; el refugio y alivio en lo no-humano -aves, naturaleza, objetos-; pero lo que más conmueve, es la sensación de aislamiento y soledad que desprenden por sus páginas los personajes, y por ende, Anna Kavan.
Complemento la crítica con claves de la vida de Anna Kavan y material gráfico:


Enlace: https://queridobartleby.es/a..
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