Bajo la aurora boreal

¿Quién era ella? ¿La niña adorada por sus padres, con una vida entre algodones y un novio ideal? ¿O era la Jana que reía a carcajadas, que atendía partos con pericia y que se había atrevido a jurar como un marinero, a comer con las manos y a bailar descalza en la playa? ¿Quién quería ser?

-Yo te llevo siempre conmigo. Mientras trabajo en el barco, por las noches en mis sueños, todo el día pienso en ti. -dijo él con pasión. A veces aquella intensidad con la que veía todo la abrumaba-. Te quiero más que a nada en este mundo. Tú y Kurt sois mi vida El motor de mi existencia. Lo que me empuja a ser un hombre mejor.

Un trabajo perfecto para no pensar en su pelo rubio, en sus labios suaves, en su cuerpo de pecado… Y en la mirada de desprecio, en sus continuos insultos y la idea de que jamás estaría a su altura. Era una mujer inalcanzable.
¿Qué podía ofrecerle? ¿Y qué demonios quería de él? Había faltado poco, muy poco, para hacerla suya.

La duda solo duró unos segundos escasos. Lars era su prometido. Su futuro.
¡Su vida! Aquel beso con Magnus había sido tan solo permitirse un destello de completa libertad. Dejarse llevar por el momento. Una locura. Debía centrarse en lo que era mejor para ella. En lo más conveniente. Y eso significaba volver a Oslo, junto a sus padres y al lado de Lars.

Y lo supo. Los príncipes azules existían, pero no eran como ella los había imaginado.

El dinero le daba igual, su pequeño sueldo era menor a la paga que sus padres le daban. Pero saber que lo había ganado con el trabajo de sus manos y su buen criterio la llenaba de orgullo.

A veces sentía que era una espectadora lejana de su propia vida, viviendo los acontecimientos siempre tras un cristal, real o figurado.

—Papá, tengo que hacer esto. Y tengo que hacerlo sin tu influencia —dijo en el enésimo intento de hacerlo entender—. Si me quedara en Oslo, no sería más que lo que he sido siempre: la hija mimada del doctor Jensen, cuyo trabajo no vale nada porque creen que todo me lo has dado tú.