La primera vez que intenté abordar Rayuela, de Julio Cortázar, me fue imposible. Pero volví diez años después y oh, delicia. Es cierto que la novela tiene momentos demasiado lentos, propios de los personajes cuando discurren o filosofan, pero para mí, cazador de mis llamadas joyas o gemas literarias, me contento con las cosas grandiosas que uno va encontrando, armado de paciencia y de persistencia y sobre todo con la idea de que todo libro debe, por disciplina terminarse. Me quedo con el estilo que cuando fue publicada fue completamente inusitado, experimental, y con muchas imágenes maravillosas, una de ellas muy triste, la muerte del infante después de tanto llanto inconsolado de enfermo. La discusión riesgosa al borde de una ventana con una tabla de naúfrago por donde penden los grandes amigos, el lenguaje inventado por Julio para describir la escena erótica entre dos de los protagonistas, las citas librescas a los filósofos de moda, en fin, Rayuela es una hermosa novela. Curiosamente tuvo su auge no entre los lectores comunes, sino entre los universitarios. ¿Cuántas mujeres no soñaron en su tiempo con ser la Maga? Aun cuando hayan pasado muchas décadas y la literatura sea tan vertiginosa, Rayuela sigue siendo un clásico latinoamericano.
|