El álbum de Paulina Contreras de Alarcón

En el siglo XIX se pusieron de nuevo de moda «los álbumes de los amigos», cuyo antecedente se encuentra en los «libri amicorum». En estos volúmenes -encuadernados con más o menos lujo- las páginas se fueron ennegreciendo con composiciones en verso y prosa, sentencias, piezas musicales, ilustraciones, recortes y dedicatorias. Aunque, en principio, el álbum fue un objeto de uso femenino, pronto pasará a ser testimonio de la vida familiar y social, contando con numerosos aficionados entre el público masculino.

La dinámica del álbum es la de un coleccionista paciente, que solicita a sus visitas y amistades que ilustren el mismo. Algunos se conforman con una firma y otros, más exigentes, requieren textos completos, inspirados en la dueña del mismo. Modesto Lafuente, en su artículo «Los album», se queja de esta insistencia afirmando que «(...) el que tenga fama de saber hacer una oda, un romance o una letrilla (...) los album le seguirán donde quiera que vaya como los remordimientos que siguen al criminal».

Algunos de estos libros han vencido al tiempo y nos muestran otra cara de autores del momento, por ejemplo, de Gustavo Adolfo Bécquer en los álbumes de Julia Espín. Y también este que nos ocupa, El álbum de Paulina Contreras de Alarcón (Fundación Lázaro Galdiano, 2013), obsequio de Zorrilla, quien trajo de Francia The Floral Album, a la esposa de Pedro Antonio de Alarcón. Este se convertirá en el álbum de la familia Alarcón, en el que se continúa escribiendo tras la muerte del escritor, de su propietaria y en el que su hijo recoge cómo su mundo murió con ella. Mucho antes, el autor de El sombrero de tres picos, le acercaría a Alexandre Dumas el álbum o estamparía en él su firma Bruno Moreno Guerrero, secretario del Duque de Montpensier y preceptor de su hijo Fernando. Cierra Jacinto Benavente esta historia familiar: «Cuando tememos perder algo, muchas veces nos anticipamos a dejar de quererlo para evitarnos el dolor de la pérdida».

Los álbumes son un viaje en el tiempo que nos permite contemplar nuestro propio reflejo, como decía Borges: «¿Cuántas cosas,/limas, umbrales, atlas, copas, clavos,/nos sirven como tácitos esclavos,/ciegas y extrañamente sigilosas!/Durarán más allá de nuestro olvido;/no sabrán nunca que nos hemos ido».
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