Una arrolladora simpatía

La mejor explicación de la figura de Neville es la que acuñó el poeta Jaime Siles, quien lo definió como “hijo legítimo del siglo XVIII, natural del XIX, adoptivo del XX y enamorado viudo de la modernidad”. Nunca apreciada en su justa medida y hoy demasiada olvidada, el profesor Ríos Carratalá ha recuperado la figura de Neville al calor del cuarenta aniversario de su muerte, en una biografía que edita Ariel y que nos acerca a lo que fue y es Neville. Ríos sustancia la actitud de un autor, que debió hacer méritos ante el nuevo régimen para poder proseguir con su carrera literaria y mantener su situación personal. La guerra “fue un verdadero ejercicio de flexibilidad” para Neville, quien tuvo que buscar un hueco entre los vencedores “amplio y confortable”. Su sintonía con la República por la libertad que respiró le hizo rechazar colaboraciones con ABC por “aseo político”, aunque en 1976 el periódico le editó un libro póstumo con sus Terceras. Ríos ilumina un periodo poco difundido de su trayectoria, el que rodea a la guerra civil, con todo detalle de avatares vitales generosamente documentados.

Detractor del fandanguillo, Neville, un hombre entre Conchita Montes y Ángeles Rubio-Argüelles, lucero del reír y sonreír, resuelto e impetuoso, epicúreo y cosmopolita, es el gran autor de la alta comedia de posguerra; títulos como “El baile” y “La vida en un hilo” permanecen en la memoria colectiva de los buenos aficionados, aunque también desperdigó su talento creativo en poemas, artículos, reseñas, lienzos, novelas, cuentos. Aquel hombre grueso, admirador de Arniches, elegante y bon-vivant pero no diletante, culto (mantuvo correspondencia con Lacan) y de una irradiante simpatía escribió y dirigió películas, con un sesgo costumbrista, que eran de lo mejor que podía verse en las carteleras de la época, rebosantes de ludismo, elegancia e ingenio, humor, ironía y nostalgia, y grabadas con sonido directo, una innovación.

Para Neville, el cine no es sólo “crónica del pasado, sino sueño del porvenir y buceo en el espacio”, el teatro, liberación y juego, como su venerado Ortega, y el baile flamenco, otra de sus pasiones, una “explosión de vida interior, una floración en gestos, ademanes y ritmo de unos artistas que se entregan a las volutas de su inspiración, que, aunque siguen una coreografía aprendida, parece a cada momento que la están creando”.

Neville fue el primero de la otra generación del '27 que aterrizó en Hollywood, logrando la amistad de Chaplin hasta el punto de que, para Scott Fitzgerald, el domicilio de Chaplin era “la casa de España”. Hasta su muerte en 1967, Neville disfrutó de un palacio en Alfafar, a veinte metros de la estación que construyeran los condes de Romrée, gozando de la compañía de estrellas como Joan Fontaine y, sencillamente, disfrutando de la vida como el lector disfruta de este nuevo ensayo del profesor de la Universidad de Alicante, Ríos Carratalá (n. 1958), autor también de libros como “El teatro en el cine español”, “Lo sainetesco en el cine español” y “Dramaturgos en el cine español”.