Ramón Gómez de la Serna, la Vida Dramatizada

Decir Ramón Gómez de la Serna (1888-1963) es decir greguería y Pombo, es decir rastro, Prometeo y vanguardia, es decir la literatura como vida. Para Ramón, definido como el confeti de la literatura española por Juan Bonilla, lo esencial de la vida es la creación y por ello lo esencial de la literatura es la vida; la vida es el centro de la literatura y la nueva literatura es la vida misma desde una diversidad, que le concede un papel preponderante a la mujer, y desde la subjetividad, puesto que la vida reside en cada uno. Y el teatro era el modelo adecuado para expresar, interpretar y representar la vida a inicios del siglo XX.
El finado profesor José Paulino Ayuso se adentra con rigor en el teatro de Ramón, como ya lo hicieran anteriormente Marta Palenque, Rubio Jiménez y Agustín Muñoz-Alonso, aportando una visión general de la producción dramática del escritor madrileño, dividida en dos etapas: la que abarca de 1908 a 1912, en la que desarrolla una actitud estética “inconformista y renovadora en las formas artísticas”, y la que comprende entre 1929 y 1936 siendo Gómez de la Serna un escritor consagrado, que aglutina a Los medios seres, el libreto de ópera Charlot y la alegoría dramática Escaleras.
A Gómez de la Serna, ese fulgurante fabulador, no le interesaba la literatura anterior, la consideraba “esquemática, falsa, inerte” porque “solo se dirige a sí misma”, criticó a los del 98 como criticó al público teatral que rechazó Los medios seres, su pieza más conocida, y que le alejó de los escenarios. Que intentara “conectar” con la vanguardia europea, que bautizara su teatro como “muerto” y que rechazara las fórmulas del teatro comercial de la época hicieron el resto. de ahí que José Paulino Ayuso se pregunte, en la introducción, si vale la pena rescatar su teatro de ensayo. Su respuesta es que sí por la “originalidad de las estructuras dramáticas, la intensa expresión verbal a partir del lenguaje cotidiano” y el ofrecimiento de un “conocimiento profundo de la realidad humana”.
Influenciado por Claudel, admirador de Juan Ramón Jiménez y Gabriel Miró, Ramón dejó su impronta en autores como Mihura o Jardiel y expuso en sus piezas teatrales la vida y la muerte, la alucinación sensual, la sublimación amorosa. Desde hace años, su producción dramática permanece alejada de los escenarios, tampoco se edita, pero aún hay estudios como este que revalorizan su valía literaria, aunque el propio Ramón prefiriese, fruto de los sinsabores acumulados, la narrativa al teatro: “La novela es muy superior al teatro pues en la novela el espíritu campea plenamente y puede escoger sus personajes entre las nobles minorías, cuando en el teatro casi todo son gentecilla”. Aquella quimérica pasión teatral, que ahora rescata Editum, no tuvo un final feliz.