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Crítica de balborraz


balborraz
01 April 2020
«Obtuve en Chile un revólver calibre 22. Lo he probado. Funciona. Está bien. No será fácil elegir el día, hacerlo.»

El 5 de noviembre de 1969, José María Arguedas fecha la última carta que escribe a su editor Gonzalo Losada, dejando como posdata estas palabras. El tambor de aquel artilugio de muerte aloja la bala predestinada a acabar con su vida. El día 27 del mismo mes, el escritor apurimeño redacta un último escrito dirigido al rector y alumnado de la Universidad Agraria La Molina, explicando los motivos de la fatal decisión, extendiendo agradecimientos y disculpándose por elegir esa institución para consumar el acto. al día siguiente, en nota aparte a este último escrito, aclara por qué marcó esa fecha en el calendario; luego apretó el gatillo.

Para comprender la importancia de El zorro de arriba y el zorro de abajo hemos de conocer el simbolismo de la antigua narración indígena que lleva por título, así como tener presente el estado mental del autor al redactarla. La obra sume sus raíces en un manuscrito quechua hallado en el siglo XVI en la provincia de Huarochirí, cuya primera traducción directa al castellano corrió de la mano de Arguedas, editada en 1966. En ella se narra el encuentro remoto de dos zorros junto al cuerpo dormido del hijo del dios mitológico Pariacaca; cada zorro procede de una de las dos regiones que dividen el mundo: la de arriba y la de abajo; los de la sierra y los de la costa. Sobre el estado mental del autor hemos de tener en cuenta que en abril de 1966 ya intentó suicidarse tomando una gran dosis de barbitúricos, y que el esfuerzo en desarrollar esta novela es su lucha constante para aferrarse a la vida antes de sucumbir al deseo de quitársela. Otro aspecto reseñable en estos años, al menos desde el punto de vista literario, (y anímico), son las cartas cruzadas, a modo de reproches, que intercambió con Julio Cortázar en diversas publicaciones de prensa, de las que el lector tendrá información en los diarios de esta obra.

El zorro de arriba y el zorro de abajo tiene una estructura peculiar, ya que entre el relato que forma la novela en sí, se alternan cuatro diarios que la complementan. El prólogo, elegido por el propio Arguedas, es el texto que pronunció en octubre de 1968 al recoger el premio «Inca Garcilaso de la Vega», en el que hace un repaso de su pensamiento y obra, titulado «No soy un aculturado». Esta edición de Drácena cuenta además con otro interesante prólogo, previo al anterior, a cargo de Dora Sales. La obra incorpora a modo de epílogo las dos cartas antes mencionadas, al editor y al rector y alumnado de la universidad.

La parte novelada, con el telón de fondo del mito de los zorros, está ubicada en el agitado puerto de Chimbote (mundo de abajo) al que multitud de serranos (mundo de arriba) llegan con necesidad de encontrar trabajo. Entre el bullicio de Chimbote, y en un clima de penuria, violencia y corrupción, convergen personajes de distintas culturas y clases sociales: empresarios, trabajadores no cualificados, pescadores, sacerdotes, prostitutas… Con la muerte del autor la novela quedó inconclusa, pero cargada de escenas realistas de lo que vio en Chimbote cuando se documentó para escribirla: «los dueños de los comedores les retorcían el pescuezo a las gallinas, haciéndolas girar en el aire, mientras ellos charlaban». El lector encontrará una gran diferencia entre la voz clara del narrador*1 y la voz de los personajes*2, diálogos plasmados tal y como hablaban según su origen geográfico y clase social. Esto último le aporta a la obra un gran valor etnográfico, aunque ralentiza la lectura y puede llegar a desesperar a quien guste de lecturas raudas. Pese a que no estamos ante una novela fácil, entre sus letras hallamos el testimonio cultural de una época.

*1 «… otros hambrientos bajaron directamente aquí para trabajar en lo que fuera; en la basura o en la pesca. Se dejaron amarrar por docenas, desnudos, en los fierros del muelle y allí, atorándose, chapoteando, carajeándose unos a otros, aprendiendo a nadar, o se metieron a lavar platos, a barrer, a cargar bultos en los mercados que empezaron a aparecer sin regla ni orden. […] Para ellos se abrieron burdeles y cantinas, hechos a medida de sus apetencias y gustos; eso sale casi solo; después se le ceba. ¿La mafia? Adiestramos a unos cuantos criollos y serranos, hasta indios para que… ¿Cómo es, cómo es la palabra? ¡Para provocadores! Ellos armaban los líos; sacaban chaveta y enseñaron a sacar chaveta, a patear a las putas; aplaudían la prendida del cigarro con billetes de a diez, de a quinientos, a regar el piso de las cantinas y burdeles con cerveza y hasta con whisky.»

*2 «- Esteban —dijo Jesusa—. Hey empeñado to máquina de coser en mil quinientos. Doña Juliana mi'ha dado plazo dos meses pa'entregar. No ha llevao máquina toavía. Ahitá. Si no pago en dos meses, va llevar.»

Los diarios son un documento de gran valor que Arguedas escribe para aferrarse a la vida; en ellos nos relata la dificultad que encuentra al escribir esta novela así como sus encuentros con otros literatos entre los que se encuentran Juan Rulfo, Carpentier, Onetti, Carlos Fuentes, Cortázar, García Márquez, Nicanor Parra, Vallejo, Neruda y Vargas Llosa, y nos deja su opinión sobre las creaciones de algunos de ellos. Él es consciente de que no va a sobrevivir a la novela, y aunque escribe a modo de terapia, es consciente de que sus confidencias serán leídas. Solo por el valor de estos diarios, esta obra tendrá un hueco más que respetable en cualquier biblioteca.

Arguedas era indio, zorro de arriba, de la altura, serrano… pero como dejó escrito en su prólogo, no era ningún aculturado:
«Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz habla en cristiano y en indio, en español y en quechua»

Enlace: https://balborraz.blogspot.c..
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