[...] creo que lo más importante en un cuento es la trama o el argumento; en cambio, en una novela son menos importantes las situaciones que los caracteres.
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[...] creo que lo más importante en un cuento es la trama o el argumento; en cambio, en una novela son menos importantes las situaciones que los caracteres.
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Porque cuando uno odia a alguien, uno piensa en el otro continuamente, y, en ese sentido, uno se convierte en su esclavo. Lo mismo ocurre cuando nos enamoramos.
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Ahora abrigo esa modesta ambición: quiero ser otro, quiero escribir de otra forma, de una forma inesperada.
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La idea de que la literatura deba tratar de temas contemporáneos es ella misma moderna, tanto es así que pertenece más al periodismo que a la literatura. Ningún escritor real trató jamás de ser contemporáneo.
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[...] y cuando lo logré vi que podía volver a la literatura y ser, bueno, no un hombre feliz, de modo que nadie es feliz, pero al menos pude sentir que mi vida estaba de algún modo justificada.
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Se puede contar una historia sin ser muy vívido o visual. De hecho, yo pienso que si uno es muy vívido, está en efecto creado irrealidad, porque el hecho de ver las cosas de esa forma las desdibuja.
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Porque es sentimental, porque le da al lector la ilusión de que alguna vez fuimos muy valientes y muy osados y muy románticos.
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[...] un escritor debe tener permitido escribir en contra de su propia posición moral.
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Sin embargo, no es así en realidad, porque, al final de todo, ellos deben haber vivido estas cosas sin sentirlas; en cambio, yo, que vivo una vida muy recluida, las siento, que es otra manera de vivirlas, acaso una aún más profunda, por lo que yo sé. En cualquier caso, yo no debería lamentarme por ser un hombre de letras. Hay destinos más duros que ése, yo supongo.
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Creo que los poeta jóvenes tienden a empezar con lo que es en realidad lo más difícil: el verso libre.
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La edad de la inocencia