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Crítica de Beatriz_Villarino


Beatriz_Villarino
27 October 2018
Conocí a Joël Dicker a través de mi amigo Jesús. Me regaló La verdad sobre el caso de Harry Quebert, la novela negra por excelencia receptora de diferentes premios; la trama, impresionante hasta el final, se va multiplicando para que el lector vaya sorprendiéndose a lo largo de la lectura.

Ahora Alfaguara ha publicado otra novela de este jovencísimo autor, que no es la siguiente sino la primera que escribió y por la que recibió en 2010 el Premio de los Escritores Ginebrinos, y de nuevo ha sido Jesús el que me la ha regalado (no lo quiero sólo por eso). Teniendo en cuenta que Dicker es de 1985, podemos afirmar que estamos ante un genio literario. de hecho, conmigo ha conseguido lo que muy pocos autores han logrado, que leyera una novela sobre la guerra.

Desde hace muchos años soy incapaz de leer algo de guerra, de ver un film bélico, o incluso seguir detalladamente noticias reales que tengan que ver con las diferentes contiendas. No lo puedo remediar, se me hace un nudo en el estómago, me pongo en el lugar de los afectados y me embarga, al momento, una sensación de angustia que me impide pensar en otra cosa que no sea la animalización del hombre. No dejo de sobrecogerme ante la violencia, y cada vez más, me pasmo ante la maldad del ser humano.

Por eso prefiero leer otro tipo de novelas. Se podría pensar que la novela negra puede ser más brutal que la bélica. Probablemente, pero el daño físico se pasa, incluso la tortura es un momento, más o menos prolongado y con mejor o peor final, pero se vence.

Lo que creo que no se puede superar es la tristeza que llena a todos aquellos que han vivido una guerra. Y esa tristeza es lo que no puedo soportar.

Así que empecé a leer Los últimos días de nuestros padres convencida de que era novela negra (la mente juega malas pasadas, porque leí la contraportada y pensé que sería un hecho aislado que sucedió durante la 2ª Guerra Mundial). Cuando me quise dar cuenta no pude dejar de leerla, y he sufrido con los protagonistas, me he entristecido con ellos y por todos los supervivientes reales, pero he disfrutado con el autor. de nuevo, su estilo me ha cautivado. En medio de la más absoluta miseria humana, Los últimos días de nuestros padres es un canto a la inteligencia, al valor, a la disciplina y, sobre todo, a la amistad. La escritura fluye (imagino que el traductor Juan Carlos Durán, tiene mucho que ver) en un estilo dinámico, con pinceladas de humor,

Pablo se quedó de piedra: Gordo se había enamorado de veras. […]
—¿Y vas a verla?–preguntó, incrédulo.
—Sí. Todas las noches. Salvo cuando tenemos que hacer saltos nocturnos. ¡Qué asco de saltos nocturnos! Nos pasamos el día haciendo eso y, plas, por la noche volvemos a las andadas. ¿Cómo me has visto marcharme?
—Gordo, pesas más de cien kilos. ¿Cómo quieres que no te vea?
—Mierda, mierda. Tendré que ir con más cuidado la próxima vez.
pinceladas de fina ironía,

Con la vista vuelta hacia el gran estanque, como si quisiera esparcir sus palabras hasta los confines de la tierra, Claude recitaba plegarias a media voz. Murmuraba, para no incomodar a los no creyentes.

pinceladas poéticas

Que se abra ante mí el camino de mis lágrimas.
Porque ahora soy el artesano de mi alma.
[…]
Yo, […] que no soy más que las cenizas del viento, el polvo del tiempo.
Tengo miedo

y toques de un realismo atroz

Deberían tener cuidado con todo, en especial con los detalles, porque no se necesitaba gran cosa para despertar sospechas […] Un agente se había comprometido ya al pedir simplemente un café solo; el café solo era el único que se servía en los cafés, porque la leche estaba racionada.

La estructura de la novela sigue la creación de un grupo de jóvenes que son reclutados para formar una nueva sección de servicios secretos durante la 2ª Guerra Mundial.

Así, al comienzo, de manera lineal, el narrador relata el aprendizaje del grupo, cómo por encima de los individualismos prevalece el conjunto. Una vez que los personajes están preparados para actuar, la narración se desdobla en los diferentes espacios a los que son destacados; a veces encontramos saltos temporales que aclaran hechos al lector, al tiempo que son aclarados a los protagonistas. Sin embargo, en ningún momento se pierde la noción del argumento. El autor tiene el don de dar la vuelta a un suceso, trasladar un personaje, cambiar el espacio sin que surja extrañamiento en el lector, las imágenes se van continuando con total nitidez, las descripciones detalladas ayudan a que vayan pasando por nuestra mente como si se tratara de una película cinematográfica.

He leído las dos novelas de este autor. No tienen nada que ver entre sí, ni en época, ni en cuanto al número de lugares en los que se desarrollan, ni en el subgénero; sin embargo hay algo que les confiere el sello Dicker, el profundo amor que siente por sus personajes. Los protagonistas son tratados con respeto, todos y cada uno de ellos, en esta novela no hay buenos ni malos, no hay un bando de vencedores ni de vencidos porque en todos los personajes hay algo que los dignifica aun a pesar de cometer actos reprobables, y es el hecho de que son tratados como hombres, y para el autor, el hombre tiene un punto de raciocinio que le permite ser bueno, un punto de bondad que le permite empatizar con otro y un punto de empatía que le permite SER.

No quiero desvelar nada de la trama, mucho menos del final, pero me encantaría comentar esta novela más detalladamente con alguien que la haya leído, así que si os animáis estaré encantada de retomarla.

¡A ver si publican las otras cuatro novelas de Joël Dicker!

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