Bajo la superficie

El río, la casita, la búsqueda. Y otra vez: la búsqueda, el río, la casita. Y otra más: la casita, la búsqueda, el río.

Gretel va dando vueltas, se desliza de un lugar a otro, para tratar de contarle a su madre la historia que parece que ya no recuerda. Su historia, la de las dos. La de una hija que no quiere a su madre, pero que, aún así, ha ido a buscarla y no es capaz de dejarla ir. La de una madre que no quiere a su hija, pero que, aún así, la tenía hipnotizada a su lado en un mundo acuoso y alejado, lleno de palabras propias, de viscosidad y relaciones turbias, de un Bonak que siempre persigue, un universo de barcos y canales, apartado en un borde y demasiado lejos como para que nadie pueda alcanzarlas o comprenderlas, toda una construcción oscura y tambaleante que levanta para luego abandonarla y dejarla sola, sin palabras ni recursos suficientes para hacer pie por su cuenta.

Y, entre las suyas, se enlaza la historia de Margot-Marcus, que también vive al margen, inadaptado y perdido, que llega a sus vidas tan por casualidad como desaparece, pero cuyo destino está cosido al de ellas.

Ésta es una historia turbia, un pantano escondido en el que, al acercarte un poco, los elementos mitológicos y las leyendas empiezan a rondarte mientras te vas hundiendo lentamente hasta que estás de lodo hasta las cejas y calada hasta los huesos con la rareza de una narración que no eres capaz de dejar de leer, aunque ves sus fallos, notas que a veces se pierde (o deja que te pierdas), bucea a lugares oscuros que no te ilumina del todo, pero aún así te atrapa y no te suelta, y luego recuerdas que es su primera novela, así que cuidado, no habrá que perderle la pista a Johnson porque promete y mucho.

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«...o los momentos en que me decías que era como tú y que eso no era nada bueno, no me hacía ningún bien ser así. Cambia, me decías. Piensa en ello con tantas ganas que te conviertas en la hija de otra persona».

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Soy de las que cree que uno no debe arrepentirse de las decisiones que toma porque derivan de algo que en algún momento, aunque solo haya sido una milésima de segundo, has querido hacer. Pero hay decisiones que no son soluciones sino huidas, y esas, sin duda, son las que te persiguen siempre. ¿Y si hubiéramos esperado un poco más? ¿Y si alguien nos hubiera enseñado a hacerlo de otra manera? ¿Podríamos haber sido unas buenas madres, una buenas hijas, unas buenas personas?
Cuando el futuro está escrito y el pasado no se puede cambiar, lo único que podemos hacer es tratar de vencer al miedo a base de recuerdos, de palabras, de arrepentimiento.

El universo descrito por Daisy Johnson en Bajo la superficie es, como dicen en Twin Peaks, un lugar tan maravilloso como extraño.

Reconozco que la cronología y el cambio de puntos de vista a veces me ha resultado difícil de seguir. La historia salta entre varias perspectivas y momentos en el tiempo, avanzando y retrocediendo a lo largo de la vida de la protagonista, Gretel. Desde su infancia en una casa flotante en los canales de Oxford junto a su madre hasta el momento en que esta la abandona y, dieciséis años después, a la búsqueda que emprende para reencontrarse con ella solo para encontrarla enferma de Alzheimer.

Mi gran pero de esta novela es que, solo con la descripción que figura en la contraportada—"una reelaboración del mito de Edipo en clave transgénero"—ya puedes predecir prácticamente todo lo que va a ocurrir. Aun así, la historia engancha por el angustiante pero inexorable cauce que sigue hacia un destino fatal del que, como en una tragedia griega, parece imposible escapar.

Lo que más me ha gustado es la mezcla de géneros y de realidad y fantasía que consigue la autora. del terror al mito clásico pasando por el drama realista, el libro aborda temas como la maternidad, el lenguaje, el folklore, la identidad de género, las relaciones madre-hija o la memoria. También consigue construir una atmósfera inquietante y claustrofóbica, la clase de ambiente en el que el lector podría empezar a creer en los monstruos.

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