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¿Somos capaces de sustraernos a las convenciones sociales? ¿Sí? ¿En qué grado? Sí somos capaces de opinar sobre ellas, de distinguir su cualidad de absurdas en algunas de sus manifestaciones, de identificar el porcentaje de hipocresía con que todos las aderezamos. Aunque también sentimos que las necesitamos, pero… ¿para qué? Quizás para transitar por caminos conocidos, al lado de aquellos con quienes solemos hacerlo, por seguridad, por miedo a que cualquier cambio, aunque deseado, nos pueda desestabilizar. Pero… ¿Y si, en realidad, seguir esas convenciones también nos otorga una pizca de satisfacción, identificación con el otro, ciertos lazos que, dependiendo de su flexibilidad, nos permiten permanecer unidos y, al mismo tiempo, tener margen de movimiento, a pesar de nuestras diferencias? Todas estas preguntas nos las plantea John Grishman en Una navidad diferente, sin análisis profundos, pero con una recreación al detalle de las relaciones interpersonales (matrimonio, padres e hijos, vecinos), a través del diálogo de los personajes y de la reproducción de sus pensamientos. Y analiza cómo se tejen los vínculos, desde los más superficiales a los más íntimos, a través de los actos y no de las palabras. Ante la perspectiva de pasar la Navidad lejos de su hija Blair, Luther y Nora analizan de manera crítica la versión más frívola de estas fechas: el despilfarro económico, la angustia de soportar a las multitudes en los establecimientos, la hipocresía que suponen ciertas felicitaciones, las discusiones que provoca colocar la decoración navideña. Y deciden saltarse la Navidad por ese año. Es entonces cuando se pone de manifiesto la naturaleza de sus relaciones y el valor que le otorgan a los diferentes vínculos establecidos. |
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