El Director

El columnismo español llevaba años viviendo por encima de sus posibilidades, aferrado a la época en la que los grandes maestros, con Francisco Umbral a la cabeza, escribían genialidades literarias que no decían mucho, pero arrastraban a los lectores al quiosco.

Más que un periódico, parecíamos un ministerio.

En política el fuego más letal es siempre amigo.

Puedes hacer el mejor periódico del mundo y no habrá servido para nada.

No ganábamos nada si éramos los primeros en contar algo que después tuviéramos que desmentir.

¿Cuándo había empezado a joderse el periodismo? Seguramente el día que los gestores empezaron a hacer de periodistas y los periodistas de gestores. Hacía ya un tiempo que había llegado a la conclusión de que en La Segunda no tenían la menor idea de lo que era una redacción, cómo funcionaban o cuáles eran sus necesidades. Y lo que era peor: estaban convencidos de saberlo.

La verdad tiene muchos amigos, pero muy pocos sinceros.

La derrota que el periodismo estaba viviendo frente al poder solo era posible con la connivencia y en ocasiones la participación directa de importantes aliados dentro de los medios.

El periodismo espectáculo y de trabuco, los sobresueldos, los periodistas anuncio, las prebendas institucionalizadas o la rendición frente al poder de la prensa tradicional, atrapada entre Los Acuerdos y la búsqueda de audiencias menos exigentes, habían llevado al oficio a su momento más bajo en democracia.

Llevaba cinco meses como director y sentía que había envejecido cinco años.