—Nadie viene a recogerla nunca para salir y jamás va a ninguna parte y, sin embargo, no tendrá más de veintisiete años, y realmente no es fea.
—No es el aspecto lo que atrae a los hombres —había un matiz definitivo en aquella voz—. Es otra cosa.
La oradora arrojó estas palabras en un tono que manifestaba una extrema desaprobación.
—¿Qué? —inquirió la otra voz.
—Oh, es… pues bien, es una cosa bastante delicada —respondió la otra voz sombríamente—. Los franceses lo llaman ser très femme. En cualquier caso, ella no lo tiene.
—Pues vaya, me siento muy apenada por ella y su soledad. Estoy segura de que se sentiría mucho más feliz si tuviera un agradable joven de su clase que la llevara aquí y allá.