—Es muy guapa, ¿verdad? Ian no pensó que ése fuera el adjetivo más acertado para describirla. Las muchachas con las que él flirteaba eran guapas. Ella en cambio era pura energía, vital, con carácter, como una intensa rosa roja en medio de un jardín de apagadas azucenas de color pastel. Pero las rosas tenían espinas, y las espinas de la señorita Taylor estaban repletas de veneno. —No me interesa, te lo aseguro. —Era sorprendente, que pudiera lanzar una mentira tan simple con esa pasmosa facilidad. Aunque quizá lo más prodigioso de todo era el hecho de admitir que fuera mentira. —Qué pena, porque ella sí que parece estar interesada en ti. |