Llegué un atardecer de junio y allí, en efecto, me esperaba un confortable coche. Viajando a esa hora , en un día bellísimo , por una comarca cuya dulzura estival parecía desearme la bienvenida más amistosa, recobré los ánimos, y cuando entramos en una alameda se apoderó de mí un alado optimismo que tal vez no fuese sino la reacción de mi profundo desaliento. Esperaba o temía algo tan lamentable , supongo, que el espectáculo que me acogió fue una exquisita sorpresa.
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