El argumento me parecía interesante y lo empecé con emoción, pero después de los primeros capítulos ésta se fue apagando. Dos tercios del libro han sido los recuerdos de Kath en Hailsham, de su estancia allí y de las relaciones con sus amigos y compañeros de internado. Recuerdos contados de una forma que, al menos a mí, no me despertaban ningún tipo de emoción. No me parecía que fueran relevantes para la trama y me preguntaba qué razón de ser tendrían. Y no he sabido la respuesta hasta el último tercio final. ¡Qué último tercio! Muy muy intenso. Ha sido muy emotivo. Toda lo emoción que, en mi opinión, le ha faltado al resto del libro, ahí estaba, concentrada en el tramo final. Aunque a lo largo de los capítulos nos ha ido dando indicios de lo que se avecinaba, en ningún momento pensé que pudiera ser tan tremendo. No he podido evitar que se me escaparan las lágrimas mientras leía las últimas conversaciones de Tommy y Kath. Después del berrinche han surgido las preguntas, porque la tecnología avanza y avanza tanto que puede ser que ese futuro que nos dibuja Kazuo esté a la vuelta de la esquina. ¿Qué seremos capaces de hacer para evitar la muerte? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar? Juzgo en cabeza ajena y me parece aberrante lo de la clonación pero ¿y si mi vida estuviera en juego y tuviera esa posibilidad? ¿Me parecería tan aberrante? Me resulta difícil responder a estas cuestiones.
No me ha parecido aburrido pero tampoco demasiado interesante. Se ha quedado en el centro de la balanza. Quizá esperaba más de él al ser un libro del premio Nobel de Literatura de 2017