La guerra de las Dos Rosas - Amanecer

Aquí se rompió una taza…

Treinta años de carnicerías, conspiraciones, traiciones y personajes arrebatadores en todas sus dimensiones llegan a su fin en la cuarta y última entrega de la guerra de las dos rosas. Amanecer cierra el largo conflicto por el poder entre dos familias y entre todas las casas que les acompañan y que serán decisivas en sus triunfos y fracasos.

Abre el libro el joven Enrique Tudor y su escape de Pembroke. Ese Enrique que será fundamental en el cierre de esta ficción y de la historia de Inglaterra.

Warwick y Jorge de Clarence rescatarán al rey Enrique VI para devolverle el poder. Allí comenzará el periplo de Eduardo IV, su detención y posterior exilio a Flandes junto a su hermano Ricardo. Ricardito, una personalidad compleja, brutal y misteriosa. Carne de novela a la que Iggulden sazona para deleite de los lectores.

A esta huida le seguirán otros momentos relevantes: las batallas de Barnet y Tewkesbury. La muerte Eduardo IV reavivará las llamas en esta guerra de familias que parece interminable. El principio del fin: la fallida rebelión de 1483 y la mítica y decisiva batalla de Bosworth.

Conn Iggulden dio un cierre grande a una historia monumental. En Amanecer pone el foco en sus protagonistas y los hace lucirse. Otra de sus armas poderosas como escritor, y que agradecí durante toda la saga, es que se centra en lo importante, que no desvía nuestra atención con aspectos secundarios que resultarían engorrosos. Ya bastante tenemos con hartos Eduardos, Enriques, Ricardos; con tantos títulos que se pasan de mano en mano. El autor lo sabe, sabe a dónde quiere llevarnos y tiene capacidad de sobra para hacerlo. La claridad y la contención no están peleadas con el rigor histórico y tampoco con la emoción.

Es difícil terminar la saga y no correr a internet o a las fuentes que se tengan a mano para profundizar en momentos o personajes que se nos quedaron grabados. Agradecida estoy con este señor por la hora y pico que pasé buscando información cuando terminé el libro. También busqué ficciones (como evitarlo) para la etapa siguiente a La guerra de las dos rosas: los Tudor. Agradeceré sus recomendaciones.

Hasta dónde nos puede llevar el deseo de poder; no he parado de darle vueltas en mi cabeza. Para una persona como yo, que su mayor ambición radica en tener techo, comida y unas horas libres para leer, resulta enorme intentar entender la mentalidad de personas que aspiran a dirigir un país o un imperio comercial. En aquellos años del señor de mil cuatrocientos y pico, los señorones se dejaban la vida de toda su estirpe en las peores carnicerías y conspiraciones (de sus vasallos ya ni hablamos). Las luchas por el poder, pasadas y presentes, son aterradoras y fascinantes, de eso no tengo duda. Son material vivo y presto para la creación de historias que no vamos a dejar de devorar. Este mundo y este tiempo, para bien o para mal, están hechos de toda esta cadena interminable de masacres, traiciones y disputas. No estaríamos aquí sin ellas.

Me quito la armadura mellada y estiro mis agarrotados miembros. Sí, ya es hora de abandonar los restos de ambas familias.

Lancaster y York, que en paz descansen.

Señor Conn Iggulden, fue un placer.

Me voy.

Me voy hacia nuevos horizontes literarios.