La acción de la novela se desarrolla en el latifundio de don Alfonso Pereira, en las afueras de Quito, cuando dicho personaje, que ha vivido de las rentas de su tierra durante años sin mover un dedo pero sin ganar desmedidamente, es persuadido por su tío de hacer un acuerdo con inversores estadounidenses interesados en adquirir sus tierras para instalar un aserradero y eventualmente explorar si hay petróleo. Las condiciones para dicho trato, que haría a Pereira inmensamente rico, son trazar una carretera que conecte la hacienda con Quito, atravesando montañas y pantanos, y despojar a los indios atados al latifundio de sus huasipungos (la tierra que les ceden para vivir con sus familias- miserablemente - a cambio de su trabajo en la hacienda). La novela se anuncia entonces, desde el comienzo como una historia de despojo. Sin embargo, a diferencia de Rumi, la comunidad que Ciro Alegría presenta en “El mundo es ancho y ajeno” donde los indios viven idílicamente de su trabajo e intentan aferrarse a su dignidad, en el mundo delineado por Icaza los indios aparecen animalizados, embrutecidos, hambreados y humillados desde el comienzo. Con una dosis mayor de naturalismo, en “Huasipungo” vemos cómo la miseria y la explotación someten a los “runas” y los reducen a entidades que buscan la supervivencia por sobre todas las cosas. Dicho sometimiento se funda en la alianza perversa entre tres sectores clave: los patrones, el ejército y la iglesia. Ante semejante despliegue de poder, el indio no tiene opción: debe resignarse a ser utilizado como transporte de tracción a sangre por los patrones, como vemos al comienzo de la novela; a dejar la vida trabajando gratis en la brutal construcción de la carretera; a tener que entregar el poco dinero que cobra a la iglesia en forma de tributo bajo amenaza de castigos divinos; en el caso de las mujeres, a ser violadas a voluntad de los patrones, y a tener que abandonar sus guaguas a una muerte segura para amamantar al nieto ilegítimo del patrón. Andrés Chiliquinga y su mujer Cushi dan individualidad a la tragedia de la comunidad, y el lector siente en carne propia cada humillación que ellos tienen que atravesar en un intento desesperado por sobrevivir a un sistema que busca su exterminio. Leer esta novela es sentir inmenso dolor, indignación, ira, al punto de querer armarse con las herramientas precarias de los naturales y unirse al grito desesperado y reivindicatorio: “¡Ñucanchic huasipungo!”
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