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Juan Antonio Garrido Ardila (Otro)Katrine Helene Andersen (Traductor)
ISBN : 8420683574
264 páginas
Editorial: Alianza (06/02/2014)

Calificación promedio : 4/5 (sobre 1 calificaciones)
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Guille63
 21 March 2023
“¿De qué sirve tener razón cuando no se tiene el poder?”

De las cuatro que llevo leídas del autor noruego, esta es mi obra preferida, y ello a pesar de lo problemático de sus planteamientos, nada menos que un duro ataque a los principios democráticos, y a algunos aspectos un tanto inverosímiles de la trama, pero es un texto con mucha fuerza dramática que me ha hecho sentir toda la rabia con la que debió ser escrita (dicen que fue su respuesta al recibimiento que tuvo su anterior obra, Espectros). Pero no nos adelantemos, empecemos por el principio.

Seguro que muchos de ustedes han visto la famosa película de Steven Spielberg titulada Tiburón. ¿Emocionante, verdad? Pues a Ibsen se le ocurrió el argumento de la película casi cien años antes, solo que en lugar del jefe de policía que cree necesario cerrar las playas de una ciudad que vive del turismo hay un médico, y el papel del tiburón lo interpreta aquí magníficamente un buen montón de microorganismos que infectan las aguas del balneario del pueblo, pilar de su economía.

Sin embargo, el médico pronto descubrirá que el verdadero tiburón devorador de hombres es el macroorganismo que dirige la ciudad. Un macroorganismo compuesto por gobierno y oposición, prensa, comerciantes y caciques del pueblo, y cuyo único objetivo es mantener o conseguir el poder y que no les perjudiquen sus negocios, y todo ello caiga quien caiga.

“El hombre más fuerte del mundo es el que está más solo.” (tan parecido a la famosa cita de Nietzsche: “La valía de un hombre se mide por la cantidad de soledad que es capaz de aguantar”)

Solo ante el peligro, el Doctor Stockmann pronuncia su famoso discurso ante las autoridades y la masa expectante de su ciudad. En él critica el nefasto poder de las mayorías, el que se supone que es el gran logro de la democracia resulta que es también su mayor peligro.

“La mayoría nunca tiene la razón. ¡Nunca, digo! … Entre los habitantes de un país, ¿quiénes son mayoría? ¿Los sabios o los tontos?”

No fue el autor noruego el primero en señalar las dificultades que pueden encontrar las minorías para que se tengan en cuenta sus ideas e intereses y los peligros que puede acarrear una “tiranía de la mayoría”. No podemos olvidar que Hitler llegó al poder tras llevar a su partido a ser el más votado en dos elecciones democráticas consecutivas, o, más recientemente, lo que significa Trump o Putin. No, la mayoría no siempre tiene la razón de su parte (”nunca” es quizá un pelín exagerado). Como también es cierto que las masas son en general bastante reacias a las nuevas corrientes, miedosas, débiles ante las adversidades, dispuestas al sometimiento servil a quién ha mandado siempre y predispuestas a las doctrinas simples y con una fuerte carga sentimental. Unas masas que, por esos mismos rasgos, son manejables, dúctiles a la presión, al miedo, a la propaganda y a la demagogia, reacias a los cambios, a la duda y a la reflexión.

Tampoco creo que haya que insistir mucho en el poder inmovilista que puede tener una “compacta mayoría”, por utilizar el término que se inventa Ibsen, en lo poco predispuesta que suelen estar a la crítica interna y lo mucho a castigar a quien ose moverse en la foto, lo fácil que resulta sacrificar la verdad y la razón ante unos supuestos valores superiores que curiosamente suelen coincidir con los particulares.

Todo esto es cierto y todo ello debe ser asumido y combatido a base de amplios controles democráticos y, sobre todo, reforzando como pilar básico del funcionamiento de un país su sistema educativo (y así también lo apunta Ibsen). Pero no es solución lo que aquí propone el escritor noruego, el gobierno de una aristocracia ilustrada, de un consejo de sabios ¿Serían estas personas, por muy doctas que sean, menos propensas a favorecer sus intereses particulares en detrimento de los generales? ¿No serían, aunque solo sea por una simple cuestión numérica, incluso más manejables por los poderes económicos o sociales? ¿Y quién elegiría a estas personas supuestamente sabias?
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