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Crítica de LEMB


LEMB
27 November 2020
No soy muy fan de estas portadas pero, por el contrario, sí lo soy de estas historias, así que dejo a un lado mis prejuicios con las cubiertas, que los tengo, y paso a recomendaros de nuevo a Kristin Ann Hunter con la segunda entrega de la serie Haven Manor. Tened en cuenta que estamos ante lo que llaman un clean romance o romance blanco, es decir, que la historia de amor no contiene nada de sexo explícito. Aunque no es algo que defina en sí la novela, sí se debe tener en cuenta a la hora de leerla, sobre todo si lo que te esperas es otra cosa. Hay lectores que prefieren un buen clean romance y hay otros que necesitan algo más de intensidad física para disfrutar de la conexión entre los protagonistas. Para mí, depende de la propia historia y de cómo esté llevada.

Comencé a leer con el recuerdo vago de la novela anterior, una novela que te coloca frente a la situación de Havon Manor y te explica la procedencia de esa propiedad y el uso que se le da, además de esa vida tan particular que llevan estas mujeres que se dedican a ayudar a otras mujeres que se encuentran en una situación desesperada y, sobre todo, los resultados de la misma. Recuperamos esta historia desde el mismo punto en el que acaba la otra, así que voy a evitar hacer comentarios sobre la situación específica de esa trama común que ambas comparten para no hacer ningún spoiler (Misterio en Haven Manor es una novela que os recomiendo si lo vuestro es este subgénero dentro de la romántica).

Ahora la protagonista es Daphne, amiga y compañera de Katherine «Kit», quien se encuentra en un momento complicado al tener que recibir al nuevo propietario de Haven Manor con la preocupación de que todo se descubra y se rompa la seguridad construida.
Hay momentos en la vida en que un hombre sabe que está al borde de un precipicio y que los próximos pasos que dé cambiarán el curso de su existencia para siempre. Ese era uno de esos momentos.
Sin duda, y como ya os he indicado antes, estamos ante una historia de amor entre Daphne, que debe recuperar la confianza en sí misma y en su capacidad para querer a alguien o para sentir que merece ser querida; y el protagonista, William, marqués de Chemsford, que aparece allí buscando el aislamiento que solo una propiedad apartada y remota cree que puede aportarle, evadiéndose así de todo lo que implica su recién estrenado título nobiliario. Ellos se encuentran y mantienen una relación complicada desde el principio, en parte por ese carácter esquivo que tiene ella y que le lleva a él a sospechar de todo. Las situaciones extrañas se van desarrollan hasta que lo inevitable pasa. ¡Pobre William!

Creo que, en el mismo estilo del libro anterior, sigue poniendo de manifiesto el problema de la legitimidad filial, y más a comienzos del siglo XIX, y su situación estigmatizada, sin tratar de arreglar lo que en la actualidad nos parecería lógico y necesario. No olvidamos que la historia se sitúa hace unos doscientos años. Además, trata las complicadas relaciones familiares y la sentida obligatoriedad que la sociedad, en la que todos se han criado, implica.

Una de las partes que me ha resultado más interesante es ver esa lucha interna de Daphne por querer hacer las cosas correctamente, evitando infundir daño a los demás y, sobre todo, a su hijo. Es bonito leer cómo Daphne crece; un personaje tan pequeño en el primer libro, tan apocado, y a veces apagado, que se va haciendo más grande a medida que la historia avanza, ocupando su lugar en el texto. Además, somos conscientes de la gran imaginación que tiene, de cómo su mente puede evadirse pensando y creando situaciones o explicando otras. Con todo esto, Daphne, para mí, se convierte en alguien que transmite ternura, alguien a quien querrías proteger. Es fácil entender a Kat, en ese sentido.

En cierta manera, con un poco menos de acción que la historia anterior, nos lleva al placer de descubrir, de entender, de cómo ayudar a los demás y de practicar la empatía. Pone en el mismo camino a dos personas muy diferentes que se complementan por esa tranquilidad que buscan, tanto en su vida como en su alma. Creo que ni siquiera se hacen amigos, simplemente se soportan, y el paso a ese algo más se produce de forma lenta y segura pero increíble cuando ambos se dan cuenta.

Volver a creer habla de cómo Daphne se perdona a sí misma, de cómo se ve ella, de cómo cree que la ven los demás y de cómo crece. El personaje necesita pasar por la experiencia que cuenta este libro para redimirse, perdonarse, entenderse y, por ende, avanzar y encontrarse otra vez. La historia de amor es importante para los dos, pero más para ella, quien realiza el viaje, quien cambia. Daphne toma las riendas de la vida que ha llevado en los últimos catorce años para recordar quién es y qué es lo que la llevó a hacer todo lo que hizo y lo que hace.

Me doy cuenta de que solo os hablo de ella, y de William he dicho muy poco. Lo siento. Me ha salido así, y eso que William es el personaje que más acompañas y al que comprendes desde el minuto uno. Como he dicho antes, ¡pobre William!.

Un bonito y pausado romance, blanco y lento, que consiguió removerme por dentro y eso que los momentos que ellos tuvieron juntos fueron pocos, pero, cuando ocurrían, yo estaba más predispuesta a disfrutarlos e, incluso, a sentirlos como propios. Me ha parecido un romance muy natural y lógico; y más real de lo habitual en estos casos.

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