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Crítica de ornito


ornito
20 December 2021
Yo pensaba mentir.

En cuanto me decidí en hacer reseñas de los libros que pasaron por mis manos desde que tengo memoria, agarré este de la estantería, listo para cuando tuviese que copiar la sinopsis de la contratapa. Sin embargo, me quedé en blanco cuando llegó la hora de escribir sobre él para contar qué me pareció, qué opinaba. En cuanto di cuenta cuántos años pasaron desde la primera y única vez que lo leí casi me caigo de la silla.

Pasaron catorce años.

No puede ser, dije, no puede ser que catorce años atrás yo era un ser que ya tenía consciencia propia, libre albedrío dentro de los límites parentales, con la libertad suficiente para poder decidir qué es lo que quería hacer en mis momentos de ocio. Leer este libro, por ejemplo.

No me entraba en la cabeza y sigue sin entrarme, pero no estamos acá para hablar de cómo me está agarrando la crisis de los 40 a los 23 años, porque cada vez que soy consciente de que en 7 meses cumplo 24 la vida me pasa por delante como si tuviese 91 y empiezo a cuestionarme qué carajo hice de todo este tiempo y dónde está mi juventud.

Pero no dramaticemos. —Me lo digo a mí misma más veces de las que me gustaría admitir.

Así que agarré el libro y lo miré. Lo miré, lo miré y lo miré. No me acordaba de absolutamente nada. En mi cabeza se dibujaba el vago recuerdo de su contenido solo por la sinopsis, y esa era toda la información que podía acumular. No tuve ningún sentimiento y decidí que, si en mi más prematuro subconsciente no se despertaba nada, entonces el contenido de esas páginas nunca significó nada tampoco.

Si no me marcó hace catorce años, menos lo iba a hacer hoy en día. Asumiendo, claro, que, si me hubiese parecido bueno, debería recordarlo de pies a cabeza (ahora me rio, tengo buena memoria, pero tampoco para tanto). Esa simple conclusión me desmotivó lo suficiente como para no querer ni hojearlo para sacarme las dudas, así que pretendí hacer trampa. Googlear resúmenes, buscar reseñas de más personas, con la esperanza de que alguna palabra, algún hecho en concreto activara mi cerebro y recordase algo, al menos poder encontrar el punto exacto de mi memoria en el que la yo de nueve años formó su opinión sobre este libro. Pero no encontré nada.

Me propuse hacer una reseña muy vaga, limitándome a deducir equívocamente lo que comentaría a día de hoy, basándome en que, si lo leí siendo tan chica, entonces sus líneas deberían ser lo suficientemente infantiles como para aburrirme a día de hoy, y concluir categorizándolo «para niños».

Y con eso no solo subestimé a la autora, sino que, como de costumbre, también a mí.

No me gusta hacer las cosas de manera mediocre, y sin siquiera haber empezado a escribir me parecí insoportable, no pude tolerar ni la idea de escribir una reseña y sacar conjeturas sin fundamentos. Así que suspiré y abrí el ejemplar en la primera página, todavía con la esperanza y la mala predisposición de que si leía unas pocas palabras podría recordar.

Pero eso no pasó. Y a cambio, cuando leí la primera oración, no pude hacer más que responder a la ironía con una sonrisa comprensiva:

«Aquí estoy otra vez, escribiendo para no matar a alguien».

La simpleza de la empatía me obligó a querer saber por qué, quien sea que se estuviese expresando, estaba tan sumergido o sumergida en la frustración como para, no siendo la primera vez, recurrir a la escritura como desestresante.

Cuando me quise dar cuenta, había llegado al final del libro.

Resulta que Paloma tiene 13 años y está cansada de su mamá escribana, su papá escribano y su hermana mayor Guadalupe que también está estudiando para ser escribana. Extraña a su hermana Mora, que resultó ser «la decepción, la oveja negra de la familia» por tener sus propios intereses y no querer estudiar escribanía como toda su familia, y que después de responder con la frente bien en alto a cada guerra que su madre le declaró por no ser lo que la familia esperaba, consiguió una beca para una universidad de danza, su pasión, en París. Y ahora a Paloma le toca lidiar, no solo con la ausencia de su hermana favorita, sino también con su parlante madre que todo el tiempo le picotea la cabeza, alegando que con una sola hija descarrilada ya es suficiente como para tener otra más y que ni se le ocurra seguir sus pasos. Aguantando las comparaciones con Guadalupe, que fue una alumna ejemplar toda su vida, por el contrario a Paloma, que no le interesa tener las mejores notas en la escuela con tal de simplemente aprobar. Así que vive metida en su habitación, sobre todo porque Guadaulpe se la pasa en la casa con sus compañeros de universidad, estudiando y fumando, usurpando cada rincón a tal punto que Paloma no se siente cómoda ni para ir a la cocina a buscar un vaso de agua.

Aunque todavía no haya dicho nada, Paloma tiene bien en claro que no quiere ser escribana, y tiene grabadas en su memoria las palabras exactas que su hermana Mora le dijo a su madre cuando declaró que la decisión de su futuro la tomaba ella y nadie más. Porque pensaba hacer exactamente lo mismo, encontrar su pasión e intereses, y usar las mismas palabras que su hermana en el futuro.

A pesar de ser tímida y no contar con las clásicas amistades del colegio, ni encontrar el atractivo en los dramas adolescentes que le corresponden a esa edad, lo que la lleva a ser vista como el bicho raro entre sus pares, Paloma cuenta con una personalidad marcada, dueña una independencia más que definida, valiente, arriesgada, mandada y con el valor e inteligencia suficiente como para saber convertir las voces de su familia en algo insignificante y pasajero, y, sobre todo, cuenta con una curiosidad desmedida por todo lo que la rodea.

Esa curiosidad es lo que la lleva una noche a levantar los ojos de la computadora, en la que escribía como diario sus reportes familiares, hacia la ventana de su habitación. Justo ahí, en frente, en el medio de la noche había una señora sentada en un banquito de la plaza, leyendo tranquilamente. Llevaba puesto un sombrero azul bastante particular y un enorme tapado gris que le iba perfecto. Fue su aspecto tan ataño y diferente lo que ancló a Paloma a no dejar de mirarla. Todo era silencioso, hasta que, de repente, un auto clavó sus frenos en la avenida, un hombre se bajó velozmente del vehículo, forcejeó con la mujer de manera violenta, le arrancó el libro de las manos haciéndolo caer en la basura y la metió de prepo en el auto. Aceleraron y desaparecieron.

Como «shock» no es una palabra que está en el diccionario de Paloma, lo primero que hizo ella fue escabullirse por las escaleras de su casa, evitando que Guadalupe o alguno de sus compañeros la vean, y cruzar a los trotes a la plaza de enfrente para agarrar el libro. al otro día, en el desayuno con su tío Alejandro (otra oveja negra de la familia por no querer estudiar escribanía), le contó todo lo que vio y juntos fueron a hacer la denuncia a la policía. Quien los recibió en la comisaría se despojó de ellos casi sin importancia, pidiéndoles nada más un número de teléfono, asegurando que, si en los próximos días había una denuncia de desaparición de una persona con las características mencionadas, les avisarían. Sin nada más que hacer, devuelta en la casa de Alejandro, hojeó el libro hasta su contratapa y encontró un nombre completo y una dirección. Y como no podía ser de otra forma, una sobrina tan hambrienta de curiosidad y un tío tan paciente, compañero y, no vamos a mentir, picado también por la curiosidad, le dieron inicio a esta historia.

¿Saben? No fue hasta mis 17 años que yo dejé de cerrarme a la idea de lo increíble y excelentes que son los productos argentinos, en cuanto a arte se refiere. En “La mujer del sombrero azul” no hay un plot twist tremendo, hay un misterio por resolver, y no se podría realizar si no fuese porque una sola personita prestó atención en el momento justo a su alrededor, y fue, encima, lo suficientemente altruista como para preocuparse.

Es una historia muy entretenida, simple, con el toque de misterio justo para dejarte al borde de la silla todo el tiempo, ansiando saber a dónde se va a desembocar el rastro de pistas que se encontraron por casualidad. al principio de la entrada de hoy conté que había asumí que de chica esta historia no me hubiese parecido la gran cosa, sin embargo, ahora veo muy claramente que, siendo el segundo libro que leí en mi vida, es probable que éste sea el que me haya empujado a fascinarme los policiales; como a los 10 años llegué a tener un manual para (niños) detectives (todavía lo tengo, por supuesto), no me sorprendería que este haya sido el libro que me abrió la puerta a este género, hasta llegar a las narrativas más serias, tensas, complejas y rompecabezas como a las que me gusta someterme ahora.

Para el disfrute de este libro los personajes son clave. Paula, la novia de Alejandro, quien también se sumó a la locura de descubrir quién era la mujer del sombrero azul, es mi personaje favorito. Ellos tienen una manera de desenvolverse que hasta, literalmente, me hizo pararme y aplaudir. Tuve que cortar la lectura un momento para reírme de orgullo y aplaudir negando con la cabeza, incluso anoté en la misma hoja lo que me acababa de pasar y la fecha. Si en algún momento en el futuro (otros catorce años) vuelvo a abrir el libro, quiero recordar lo que me causó.

Para mí, la magia de esta historia está en que es argentina. La manera de narrar, de expresarse, de desarrollar situaciones y personajes, me hizo sentir como en casa. Es muy fácil hacerme reír cuando en los párrafos existen jergas que son solo nuestras y que solo se comprenden y te sacan una sonrisa si estás acostumbrado a ellas. Cuando la palabra adecuada para definir algo es la misma que pensaste en tu cabeza.

No me arrepiento para nada de haber leído otra vez este libro. Y por más que siga sin recordar cómo fue y qué concluí en aquel entonces, anoche, cuando navegaba entre las páginas de este libro, presa de una aniñada emoción, me di cuenta de que siempre leí de la misma manera, acostada en la cama boca abajo. Y entonces, no sé, quizá fue el deseo de poder encontrarme catorce años atrás en algún lugar de mi memoria, o tal vez, en serio en una fracción de segundo me encontré... Me vi a mí misma, de 9 años, leyendo “La mujer del sombrero azul”.

El momento fue demasiado corto, pero la nostalgia perduró en mi garganta, y yo sonreí.
Enlace: https://ornellassx7.wixsite...
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