Mujeres que leían

Muchas veces leemos novelas o ensayos sobre mujeres importantes, que destacaron por algo, y aunque es cierto que apenas conocemos sus nombres, no dejan de ser mujeres que llegaron a conseguir algo sonado. Un premio Nobel, éxito y fama mundial, un descubrimiento científico, … Este libro es un homenaje a la madre de la autora. Pero no lo deja ahí, ya que de una manera u otra también resulta un homenaje al resto de mujeres anónimas.

Para que muchas mujeres consiguieran prestigio y reconocimiento, además de esfuerzo y sacrificio también necesitaron que otras lucharan por salir adelante de otra manera: negándose a casarse para no depender de ninguna manera del hombre cuya consecuencia era el ostracismo social, trabajando sin contrato porque su marido no quería que trabajaran, quedándose sin un subsidio por jubilación más tarde, o permaneciendo en casa para que en un futuro sus hijas pudieran estudiar y dedicarse a lo que quisieran.

Estas fueron mujeres de las que nadie habla, anónimas, pero Rosa Huertas pone sobre la mesa alguno de sus nombres y apellidos, no solo con la intención de homenajearlas sino también de que se aprecie que absolutamente todas hicieron algo para que hoy en día nosotras estemos un poquito mejor y gocemos de algún que otro derecho más. Todas pusieron su granito de arena en la lucha contra el machismo, y también lo sufrieron, da igual en qué grado.

Aunque mi primera impresión al comenzar el libro era que necesitaba más nombres de mujeres pioneras, artistas o científicas, después me di cuenta de la verdadera intención del libro: la tía Robertina quizá no descubrió un nuevo elemento de la tabla periódica, pero su vida fue igualmente digna de mención. Si te intriga saber por qué, te invito a leer este breve libro, y a apreciar todas las facetas del feminismo.

No puede haber un homenaje escrito más bonito a una madre y a esas mujeres a las que le tocó vivir un tiempo de casa, labor e hijos que el que Rosa hace en este libro. Décadas en las que era mejor no soñar o hacerlo en pequeño, en silencio, porque para qué iban a tener ellas grandes sueños si no iban a poder hacerse realidad.
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Las propias mujeres eran ese silencio. Porque no podían trabajar sin permiso del marido. Porque si trabajaban de solteras, debían dejarlo una vez se casaban, conformarse. Todas las tareas de puertas para dentro, en casa. Un trabajo durísimo que ni siquiera se consideraba trabajo.
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He pensado mucho durante la lectura: en la madre de la autora, que cumplió su sueño a los 76 años, algo que me emocionó como si fuese la mía la que lo lograba; en las mujeres que Rosa no llegó a conocer y de las que habla en este libro, perfilando trazo a trazo sus vidas; en mis abuelas. Y en mi madre, que comenzó a trabajar fuera de casa con 50 años: sus hijos ya no éramos niños, no necesitábamos los cuidados que requieren los infantes. Mi abuela materna no estaba de acuerdo, debía quedarse en casa haciendo las tareas, seguir siendo la ama de casa que siempre había sido. Pero mi madre se impuso, dio ese paso hacia adelante que quería dar, comenzó a trabajar y consiguió su propósito: tener una pensión, aunque no fuese muy sustanciosa.
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He pensado en la importancia de cultivar hasta el más mínimo sueño, como la perla más valiosa, porque puede convertirse en realidad algún día. Quién sabe. Y también en lo necesario de libros como este, que es recuerdo para aquellas que leían, creaban o cantaban pero solo para ellas o para los más allegados; aprendizaje para las nuevas generaciones; y ambas cosas para quienes vivimos aquello y asistimos desde hace años a la revolución feminista.
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Decía antes que este es el homenaje escrito más bonito porque, por encima de todo, el mejor y más importante es escucharlas, cuidarlas, quererlas y acompañarlas en este viaje que hacemos cada día de nuestra vida. Algo que apetece aún más tras leer este libro tan maravilloso.
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