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Crítica de casadarebolta


casadarebolta
10 September 2021
Todos conocemos a Màxim Huerta. al menos la mayoría de los españoles sabemos quién es. Ambos nos hacíamos mutua compañía (él no tenía ni idea, por supuesto) cuando era el encargado de las noticias nocturnas de una cadena televisiva nacional. Mientras él narraba lo que ocurría en España y en el mundo con un estilo personal, yo, residente de guardia día sí y dos días no, encendía el televisor y lo veía, o al menos me servía de ruido de fondo, mientras estudiaba o me entretenía haciendo el papeleo burocrático propio de una profesión como la mía: historias clínicas, peticiones de pruebas, investigaciones varias.

Así lo conocí. Eventualmente él cambió de especialidad y pasó a trabajar por las mañanas, en un programa de mucha sintonía. Digamos que saboreó esa especie de premio extraño que se llama éxito: pasó de ser conocido a ser muy conocido, con todo lo que eso conlleva. Y le perdí un poco la pista. Hasta que llegó El susurro de la caracola, y volvió a engancharme el gusto por saber qué hacía Màxim Huerta.

Una tienda en París es su tercera novela. Después de un éxito como El susurro de la caracola debe dar algo de vértigo lanzarse a escribir algo nuevo, pues se corren ciertos riesgos. Porque tendemos a esperar de un escritor que nos entregue más de lo mismo, sobre todo cuando ha encontrado lo que parece ser una cierta fórmula de ventas. al menos es lo que ocurre a muchos autores de la literatura contemporánea: entran en una especie de nido confortable en el que el creador se aposenta para no dar un traspiés. Bueno, Una tienda en París no tiene nada de ninguno de los dos libros anteriores, mas les debe el corazón que late y ese gusto por las historias agridulces llenas de sentimiento y de tiempo ido y rescatado, de justificaciones y hallazgos que parecen ser tan caros a su autor. Y nada más.

En Una tienda en París nos encontramos con una voz madurada, que nos sorprende porque siendo la misma, es a veces su contraria y a veces algo más. El ritmo de la novela es pausado y va en crescendo a medida que su protagonista, Teresa, evoluciona; la narración gana en profundidad y en sentimiento conforme Teresa crece; el estilo de Màxim Huerta se llena de complejidad, sin perder pulso, cuando la historia de Alice y de Teresa se encuentran y se dan la mano: dos almas destinadas a cruzarse en algún punto del tiempo se reconocen sin conocerse, se admiran sin saberlo y se heredan una a la otra sin pretenderlo porque así de sencilla es la vida de los seres humanos.

La novela habla de dos ciudades: Madrid y París, ambas debilidades del autor sin duda, ya conocidas desde Que sea la última vez… Pero aquí París cobra un protagonismo colorista, lleno de sensaciones: no es una postal turística, es más bien un retrato de un París interior, lleno de tiempo ido y recobrado, complejo pero asombrosamente simple, en el que se despliega un maremoto de emociones humanas variado y encantador.

Una tienda en París es la historia de dos mujeres: Teresa y Alice. Ambas en busca de sí mismas, ambas partiendo de un mundo en blanco y negro, lleno de esperanzas encontradas como por casualidad; dos mujeres fuertes que se construyen a sí mismas mientras lo pierden todo y lo recuperan todo, o lo comienzan todo de nuevo, en ese vals de las casualidades que es la vida. Teresa y Alice son espíritus viajeros, son almas que cambian, metamorfosis a la que nos aboca el mero hecho de estar vivos y que exige todo de nosotros, hasta el sacrificio más elevado, para alcanzar la cima o el éxito o, lo que llamamos con simpleza a veces, la felicidad.

Una tienda en París es un historia de amor. Pero no es una simple historia de amor: el mundo de Alice, bellamente retratado a puro sentimiento; el rumor de Teresa, que se hace río y finalmente mar; y el aroma de París, la comida de París, el ritmo de París, su constante fluir, su constante sístole y diástole, que cambia con sus protagonistas, que se transmuta siendo siempre, y por siempre, la ciudad que regala el amor, ese más profundo que nos alcanza a nosotros mismos, de ambas protagonistas.

La voz de Màxim Huerta se hace única. Hay ecos de Que sea la última vez… y de El susurro de la caracola. Pero estos son mínimos. No hay paralelismos entre las tres historias, a lo sumo alguna bisectriz propia de la creatividad del autor. Una tienda en París tiene una complejidad intrínseca, tiene un ritmo diferente, y tiene sobre todo un poder evocador que trasciende las dos obras anteriores. Es una historia de reconocimientos y de cambios, que parte de lo sencillo a lo más complejo; que enlaza tiempos, estados de ánimo, colores y sensaciones apenas sin notarse, con una sutileza que nos enseña la evolución de Màxim Huerta como escritor: una voz que se hace grave y se hace hermosa y se hace profunda y se hace sutil y sincera, y que nos deja sedientos de más. Y más.
Enlace: https://juanramonvillanueva...
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