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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
15 February 2019
Un año en los bosques, de Sue Hubbell, es una ventana con vistas a la naturaleza más primigenia donde la belleza salvaje encierra todo un universo vivo, simbiótico, en el que todos los seres vivos, ya sean plantas o animales, crean y construyen simplemente por el hecho de realizar sus funciones vitales, y que solo las personas que se detienen a observar tales funciones se maravillan por la grandeza que supone participar en tales procesos.

Sue Hubbell era una bióloga y apicultora ecológica que poseía "una granja de abejas" en las montañas de Ozarks, en el medio oeste de los Estados Unidos. Junto a su marido dejó una vida cómoda en la universidad para vivir su sueño, ser apicultores en las montañas, y cambiaron su estilo de vida por uno donde la belleza y la sencillez de la naturaleza impregnó sus vidas.

Durante un tiempo compartieron el mismo sueño hasta que su marido lo dejó para recorrer otros caminos, pero a Sue Hubbell, no pareció afectarle esto gravemente, pues ella ya había quedado atrapada en la belleza salvaje de sus montañas convirtiéndose con el tiempo en La Dama de las Abejas, parte importante de la simbiosis estructural que formaba su ecosistema.

Con Sue Hubbell recorremos las cuatro estaciones en su día a día como apicultora (todos sus enjambres estaban desperdigados por las montañas). Además, como buena bióloga que era, Sue, detallaba a aquellos seres, ya fuesen personas, plantas o animales, que pululaban y compartían su espacio, siempre desde ese respeto reverencial que supone observar a la par que se admira tal majestuosidad natural.

Cada estación del año era un descubrimiento, un renacer cargado de sabiduría que nuestra protagonista absorbía con la humildad y la grandeza de las personas que son capaces de observar y compartir un espacio vital donde tienen cabida todos los seres vivos, incluso aquellos más pequeños como los ácaros y las bacterias. Y así como lo reconocía y lo sentía, Sue también lo trasmitía con sencillez, vitalidad y un sentido del humor que atrapa al lector, que se involucra al tiempo que suspira por esa vida natural.

Una cosa curiosa del libro es lo actual que es, pues en él encontramos aspiraciones muy presentes y coetáneas a un pensamiento tan contemporáneo como es el de mirar hacia una naturaleza primigenia y salvaje cada vez más frágil porque no hemos sabido observarla con el detalle suficiente que nos haga entenderla y comprenderla. Simplemente la hemos explotado sistemáticamente en aras de nuestro confort. Lo de curioso lo digo porque fue escrito a principios de los 80 y relata las experiencias vividas por la protagonista unos años antes, en la década de los 70. Y aun así, leído cuarenta años después resulta evidente que no ha perdido ni un ápice de esa actualidad y frescura que envuelve a la belleza eterna e imperecedera de esos bosques.

Con todo, y a pesar de lo anterior, es comenzar a leerlo y sumergirte en un universo atemporal y natural donde solo las estaciones del año regulan los ritmos y los procesos de los seres que habitan en ese paraíso terrenal. Y al lector no le queda otra que enredarse y adecuarse a esa naturaleza al tiempo que se involucra con los aprendizajes y descubrimientos que la autora tenga a bien enseñarle, ya sean los azulillos índigo, los mosqueros, los chotacabras o los herrerillos, o plantas, ranas, serpientes, arañas, insectos, ácaros y bacterias. Hubbell fusionaba estos conocimientos con el mundo de las abejas, y por eso conocemos de primera mano todo lo que conllevaba ser una apicultora en las montañas, un trabajo tan real como sensible conectado al respeto y la sencillez.

Al final, solo puedo decir que todo este universo físico y natural tiene cabida en Un año en los bosques gracias a una autora que supo ofrecer al lector toda la naturaleza que ocupaba su granja de ciento cincuenta acres al tiempo que conseguía que se interesase por ella. Es un libro para leer y releer cada vez que queramos que la naturaleza en todo su esplendor vuelva a nosotros... y mientras lo digo pienso en alguien muy querido, que cuando leyó a Thoreau, se perdió por Los bosques de Maine, y al que le encantaban las abejas, y que seguramente se reencontrará con Sue Hubbell en este tipo de libros donde el ser humano convive en igualdad con otros seres que son tan diferentes como majestuosos e impresionantes.

A todo estoy hay que añadir el maravilloso prólogo de J.M.G. le Clézio, quien supo captar toda la sutileza y sensibilidad de Hubbell. En definitiva, nos encontramos ante una joya valiosa e imprescindible, llena de amor, sabiduría y aprendizaje.

Y a mí, solo me queda dar las gracias a la persona que supo ver que este libro encajaba perfectamente conmigo y me lo hizo llegar.
Enlace: http://inquilinasnetherfield..
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