Yo que he servido al rey de Inglaterra

“Prestad atención a lo que os voy a contar ahora”

Así empieza cada capítulo de esta historia, como si fuera uno de esos romances de ciegos en los que mediante viñetas se relataban escenas terribles o sucesos extravagantes, con no pocas dosis de picardía. Había que atrapar la atención del oyente desde la primera palabra y tal cual empieza Hrabal, con esa picaresca venta de salchichas en la estación de tren o metiéndonos de lleno en una batalla campal entre clanes gitanos o embutiéndonos entre los pechos de Jaruska, la belleza rubia de Casa Paraíso, donde encontró Jan Dítě, porque así se llama el camarero protagonista de nuestra historia, su primer “objetivo hermoso y noble en la vida”. Y todo ello en menos de diez páginas.

Aquellos eran los tiempos de la juventud, de la alegría, en los que Jan fue testigo de la decadencia, el lujo, la frivolidad y la extravagancia de la Europa central de entreguerras. Un cuerpo pequeñito el suyo, pero capaz de albergar una desmesurada ambición por ser millonario y codearse con los dueños de los grandes hoteles en los que fue prestando sus servicios y dónde aprendió todos los trucos del oficio de manos del mejor maestro, aquel que había servido al rey de Inglaterra.

El dinero, ah, el dinero, capaz no solo de adquirir los placeres de bellas muchachas, sino también de comprar poesía, la que hay en un vientre decorado con margaritas y pétalos de ciclámenes o en la sortija de brillantes resplandeciendo al subir por el muslo de una dama o la que se leía en la tertulia literaria del hotel cuyos dueños, marido y mujer, terminaban a golpes a causa del realismo o el romanticismo hasta hacerse sangre. El dinero, la imagen de su poder, de su capacidad, todo le está permitido al dinero, todas las excentricidades se le consienten y hasta se le aplauden y, por supuesto, se le envidian.

“…también constaté que el que descubrió que el trabajo ennoblece al hombre no era otro que uno de aquellos que se pasaban aquí la noche comiendo y bebiendo con hermosas señoritas en las rodillas, los ricos que saben ser felices como niños pequeños… a los que les daba igual cuánto se gastaban en una noche, que tiraban los billetes en todas las direcciones de mundo y eso les sentaba bien… nunca he visto unos hombre más felices que aquellos ricos industriales y empresarios…”

Desde su primer trabajo supo Jan de su importancia, quiso poseerlo, deseó el placer de contarlo, de extenderlo en el suelo y pasear sobre él como sobre una bella alfombra. Atendió servilmente a los ricos, a los políticos, a los generales, y lo hizo bien, tanto que llegó a ser aquel que había servido al emperador de Abisinia. Atendió a los nazis, se casó con una y se aprovechó de la expoliación a los judíos para conseguir su sueño, o la mitad de él, pues a pesar de llegar a poseer el más maravilloso hotel de Praga nunca fue aceptado por sus iguales.

"Se me ocurrió mirarme al espejo y, según me miraba, de pronto me vi a mí mismo como una persona extraña…como no me había visto nunca, como un Sokol que, cuando ejecutaban a los patriotas checos, se dejaba examinar por los médicos nazis para ver si era apto para tener trato carnal con una profesora alemana de gimnasia, y mientras que los alemanes iniciaron la guerra con Rusia, yo había celebrado ni boda y había cantado Die Reihen dicht geschlossen, y mientras nuestras gentes en casa sufren, yo lo sigo pasando bien en los hoteles y hotelitos, donde sirvo al ejército alemán y a las SS… me veo a mí mismo y me pongo malo de lo que veo, sobre todo aquel sueño de ser millonario y demostrar a Praga y a esos propietarios de hoteles de que yo era uno de ellos…”

Aquí, desde lo más alto de su profesión y desde lo más bajo como hombre, empezó su caída social y su crecimiento como persona. Ese camino, y desde su final, es el que se cuenta en el libro mediante un discurso repleto de larguísimas frases que brotan de un alma que apenas empieza a salir del tormento de una vida desperdiciada persiguiendo un fin absurdo en el que cualquier medio era válido. Un discurso verbal escrito con urgencia, incluso de forma atropellada, con imágenes de gran belleza, impactantes y mágicas, en el que a toda costa Jan Dítě quería dar fe ”de cómo lo increíble se hacía realidad”.

“Llegar a través del discurso con uno mismo hacia el sentido de la vida… cual era el significado de ese camino que ya había hecho y el que le quedaba por desandar y si aun queda tiempo de alcanzar a través del pensamiento una calma tal que le proteja a uno contra el deseo de escapar a la soledad, de escapar a las preguntas fundamentales, para las que un hombre debe tener fuerza y valor suficiente…”

“¿Os dais por satisfechos? Pues con esto termino por hoy.”

Aunque la lectura de esta novela se me ha hecho muy cuesta arriba debido a sus frases infinitas, la absurdidad de muchas de las situaciones y la sensación de que no me aportaba nada; ahora que la he terminado, creo discernir en la transformación del personaje una metáfora sobre la vida, durante la cual vamos aprendiendo a pasar de la superficialidad de la juventud a las enseñanzas más profundas que la propia vida nos va imponiendo