En el esplendoroso salón del baile la música subía de volumen, bajaba y volvía a henchirse hasta el éxtasis, mientras él ceñía con su brazo el cuerpo liviano, joven, blanco de Robin y juntos se mecieron, giraron y avanzaron veloces como seres del aire, mientras la anciana duquesa y lord Coombe contemplaban la escena casi sin ver y con murmullos hablaban de Sarajevo.
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