Aprendiz de asesino

- Ahora vas a dormir- me informó con voz pastosa-, y mañana volveremos a hacer lo mismo. Y pasado mañana. Hasta que un buen día te levantes y descubras que fuera cual fuese tu dolencia al final no te ha matado.

[...] donde los modales exigidos eran los que cada uno tuviera y nadie esperaba que le dieras conversación. Resultaba reconfortante sentirse ignorado con esa indiferencia.

El tono de su voz delataba algo más que envidia. Desde entonces he aprendido que muchos hombres ven siempre la suerte del prójimo como una afrenta personal.

Los dos estábamos encerrados en nuestra soledad y, al vernos cada noche, ambos veíamos al culpable de nuestra situación.

¿Está en la naturaleza del mundo que todas las cosas busquen un ritmo, y en ese ritmo anhelen una especie de paz? Lo cierto es que eso he creído yo siempre. Todos los acontecimientos, por extraños o sobrecogedores que sean, se diluyen a los pocos instantes de haber ocurrido en la continuidad de la rutina necesaria de la vida diaria.

Sé que su intención era buena. Pero no me sentía protegido por él, sino confinado. Era el guardián que velaba por mi aislamiento con fanático fervor. Fue entonces cuando se sembró en mí la soledad más absoluta, que habría de arraigar en lo más hondo de mi alma.

Allí escondidos, nuestros corazones pronto dejaron de galopar desbocados y la tranquilidad dio paso a un profundo sueño sin sueños reservado para los cachorros y las cálidas tardes de primavera.

No hagas nada que no puedas deshacer, hasta haber pensado qué no podrás deshacer cuando lo hayas hecho.

No sé a quién tengo que vencer; hasta que lo sepa, no permitiré que sea eliminado ninguno de los jugadores.

Si lo consigues, nuestro rey vivirá. Ése es mi deber ¿Y el tuyo?