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Tom es un granjero treintañero que vive con una mujer que no le quiere, le manipula, le abandona y vuelve embarazada. Tom, que sí la quería, los acoge a ella y al bebé, al que termina queriendo como si fuera suyo. Trudy, que es el nombre de la mujer, vuelve a marcharse, llevándose al niño con ella, y rompiéndole el corazón a ambos. Hanna es una mujer misteriosa, mayor que Tom, que ha sufrido en los campos de Auschwitz y ha perdido algo más que a su marido y a su hijo, pero sobrevive y casi vuelve a ser ella, alegre, fuerte, luchadora. Sus caminos se encuentran en la Australia rural. Tom descubre lo que es que te quieran de verdad, Hanna encuentra la bondad que nunca vio, y ambos comparten el amor más allá de la pareja, ella por la ausencia que le destroza el corazón y él por la ausencia que puede llenarse de nuevo. Me ha gustado mucho. Es una historia dura, pero contada de una manera fresca, tierna, que te hace emocionarte por las penas de sus protagonistas, importantes cada una a su manera. La locura de Hanna es contagiosa y me ha hecho reir, a pesar de sus momentos tristes. La inocencia de Tom me ha llegado al corazón y me he alegrado cuando por fin le salían bien las cosas. Habla del amor paterno filial, familiar, lo que podemos llegar a hacer por alguien a quien queremos, y cuando es alguien que queremos como si fuera nuestro y no se puede defender, y cuando sí es nuestro y la culpa por perderlo nos reconcome toda la vida. Habla también del amor de pareja, pero desde una perspectiva emotiva, cada uno con su espacio, respetando acciones y pensamientos, y el dolor de cada uno, hasta recomponerse. Y sobre todo, habla de los horrores de la guerra, la importancia de la libertad, la capacidad de amar y poder perdonar y perdonarse, por duro que sea. El final es, como diría Ted, arrebatadoramente bello, encajando cada pieza y dejándote satisfech@ |
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