Ese dulce mal

Aunque la narración es en tercera persona, es a través de David Kelsey, un joven y prometedor químico, que vamos conociendo la historia y la progresión del mal que le aqueja. Su gran amor, Annabelle, con la que nunca llegó a prometerse en realidad, se ha casado con otro. Kelsey no acepta “La Situación”, como da en llamarla, y empieza a acosar a Annabelle con numerosas cartas y llamadas telefónicas en la certeza de que esta acabará volviendo con él. Mientras esto ocurre, y para sobrellevar su frustración y su dolor, Kelsey se inventa una doble personalidad, William Neumeister, “un hombre que tenía todo lo que quería, un hombre que sabía cómo vivir, reír y ser feliz... no había fracasado nunca… por consiguiente, había conseguido a Annabelle”.

Kelsey sabe perfectamente que Neumeister es creación cuya, pero cuando cada fin de semana se encierra en la casa de campo que ha comprado bajo dicho nombre mientras sus amigos, sus compañeros de la pensión en la que vive el resto de la semana y sus compañeros de trabajo creen que está en una residencia visitando a su madre, que en realidad está muerta, siente de una forma extraña que es Neumeister y que Annabelle está junto a él.

“Su casa tenía el extraordinario poder de lograr que David nunca se sintiera solo. Notaba la presencia de Annabelle en todas las habitaciones. Se comportaba como si estuviese con ella…cogiéndole la mano mientras escuchaban a Bach, Brahms y Bartok…Por la noche dormía con ella en la cama de matrimonio del piso alto. Annabelle apoyaba la cabeza en su brazo, y cuando David se volvía y la estrechaba contra él, en más de una ocasión la oleada del deseo, ante la imaginada presión de su cuerpo, habían alcanzado la cumbre y se había desbordado…”

La realidad paralela que crea en torno a Annabelle y la doble vida que lleva Kelsey se complica con la muerte accidental de Gerald, el marido de Annabelle, cuando este acude a la casa de campo de Kelsey con el objetivo de lograr que deje de una vez en paz a su mujer. Aquí empieza el nudo que, como los lectores de Highsmith se podrán imaginar, empieza a cerrarse poco a poco en torno al cuello de nuestro protagonista.

Una novela interesante, pero en la que, como ya me pasó con «Crímenes imaginarios», un pequeño detalle de la trama, una incomprensible incompetencia policial, echa por tierra todo el castillo de naipes que es la novela, por lo demás tan atractiva como suele ser toda la obra de la autora.

Este libro nos cuenta la historia de Dave, un químico de una empresa textil que está obsesionado con Annabelle, un amor del pasado que ahora está felizmente casada, pero eso no impedirá que Dave deje de buscarla y ni de escaparse los fines de semana a la casa que ha comprado para los dos, e imaginar cómo será su vida cuando por fin decida divorciarse.
Claro está, David es un psicópata de manual y la prosa de Patricia Highsmith nos va metiendo poco a poco en su cabeza, desmenuzando sus pensamientos y justificaciones así como también su día a día, sus planes y sus rutinas, todo con un mismo objetivo y finalidad: estar con Annabelle.
Es una historia relativamente corta, pero de ritmo lento, así que hay que darle tiempo, cuesta un poco entrar en la historia, pero una vez que estás dentro de la vorágine y la locura de Dave, es imposible soltarlo. Me dio rabia, me puso nervioso, hasta me dio miedo. Es una lectura muy recomendada.

No disfrutaba tanto un libro de Highsmith desde El grito de la lechuza. Locura que no dista mucho de algunas historias que se escuchan hoy día. Tiene un eco al Diario de Edith pero a mí éste me ha gustado más.