«El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo. El pájaro vuela hacia Dios. El Dios se llama Abraxas»
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«El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo. El pájaro vuela hacia Dios. El Dios se llama Abraxas»
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Cristo para mí no es un hombre, sino un héroe, un mito, una gigantesca sombra en la que la humanidad se ve proyectada a sí misma
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Los hombres se unen porque tienen miedo los unos de los otros
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Yo era entonces, con mis dieciocho años, un chico poco corriente, precozmente maduro en algunas cosas y muy retrasado y desorientado en otros. Cuando me compraba con los demás, me sentía unas veces orgulloso y satisfecho de mí mismo, pero otras deprimido y humillado. Unas veces me consideraba un genio, otras un loco. No conseguía compartir alegrías y la vida de mis compañeros, y me hacía reproches y cábalas como si estuviera irremediablemente separado de ellos y se me negara la vida.
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Si se teme a alguien, es porque ese alguien tiene poder sobre uno.
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Fue una primera desgarradura en la santidad del padre, una primera grieta en los pilares sobre los que había reposado mi infancia y que todo hombre tiene que destruir antes de poder llegar a ser él mismo. De estos sucesos que nadie ve se compone la línea esencial, interna de nuestro destino. La desgarradura, la grieta, se cierra luego, cicatriza y cae en el olvido, pero en nuestra íntima cámara secreta perdura y continúa sangrando.
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Me tenía sin cuidado lo que iba a ser de mi. A mi modo, extraño y poco agradable, me encontraba en disensión con el mundo y lo expresaba metido en tabernas y fanfarroneando. Esa era mi manera de protestar, con la que yo mismo me destrozaba; a veces me planteaba la cuestión en los siguientes términos: si el mundo no necesita gente como yo, si no sabe darles otro papel mejor y no puede emplearles en empresas superiores, entonces la gente como yo se irá a pique. Muy bien, que el mundo cargue con eso.
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Por eso casi todos renuncian gustosos a volar y prefieren caminar, como buenos burgueses, por su acera, apoyados en los preceptos legales.
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El que es demasiado cómodo para pensar por su cuenta y erigirse en su propio juez, se somete a las prohibiciones, tal como las encuentra.
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Durante un instante no me pareció ni masculino, ni infantil, ni viejo, ni joven, sino milenario, fuera del tiempo, marcado por otras edades diferentes a la que nosotros vivimos.
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Es un poema épico griego compuesto por 24 cantos, atribuido al poeta griego Homero. Narra la vuelta a casa, tras la guerra de Troya, del héroe griego Ulises