Yo contigo lo quiero todo
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Yo contigo lo quiero todo
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Yo soy la polilla. Él es la bombilla. |
«Prométeme tú que vas a llamarme así más veces.» «¿Dy?» Él niega con la cabeza. «Dy», repite, en un tono infinitamente más suave. Más intimo. Y yo me pregunto en voz baja si ha sonado de esa manera cuando lo he dicho yo.
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«Ni te imaginas lo que acaba de hacer el nene hoy. Ha sido increíble. Él es increíble.»
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—¿Por qué eres tan extremo, Hugo Cabana? No sé si darte mis más sinceras felicitaciones por la sinceridad o una patada en el costado que te tire de la cama. Creo que lo segundo, así que ándate con ojo, borde de los cojones.
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[...] Y no fue a causa de la mierda que soltó acerca de mis ojos: fue por la felicidad efímera que advertí en su expresión al pensar que había muerto. |
Tú y yo somos como la noche y el día, pero aquella tarde nos alineamos para ser uno.
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Se me hace raro verlo aquí, entre los míos. Es como juntar dos mundos diferentes, como sujetar en una sola mano la luna y el sol, pero, por otra parte, él hace que todo parezca tan natural que no desentona. Como un eclipse solar.
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Porque me doy cuenta de que lo especial no es el lugar, somos él y yo. Él y yo juntos somos nuestro lugar especial. Un lugar que solo nosotros conocemos.
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Y todo dura un segundo. Un segundo que puede ser tan fugaz como el aleteo de una mariposa o tan eterno como beber del cáliz de la vida.
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Una oda de Friedrich Schiller se escucha al final de su última sinfonía cantada por un coro.