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ISBN : 8420650749
224 páginas
Editorial: Grupo Anaya, S.A. (31/08/2009)

Calificación promedio : 3.5/5 (sobre 3 calificaciones)
Resumen:
Publicada en 1904, Peter Camenzind fue la primera novela de Hermann Hesse (1877-1962) y conoció de inmediato un gran éxito. En ella encontramos ya en germen las principales señas de identidad del autor y de su obra posterior: el descontento o turbación interiores, el ansia de trascendencia y de plenitud (que toma aquí como vía a San Francisco de Asís y que más tarde habría de plasmarse en obras como Siddhartha), la comunión con la naturaleza enfrentada a la artifici... >Voir plus
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Guille63
 07 February 2024
Fui un lector tardío. Estaba ya en la universidad cuando empecé a leer con cierta asiduidad. Fue a raíz de un verano que, como todos los de mi niñez y adolescencia, pasaba en la casa que mi abuela tenía en un pequeño pueblo extremeño. Mi hermano se trajo consigo las obras completas de Hermann Hesse que había sacado de la biblioteca pública. Eran las ediciones que Aguilar publicó con las tapas en piel verde y con el logotipo estampado en dorado. Muerto de aburrimiento en una de esas interminables y tórridas tardes siesteras, cogí uno de los tomos y empecé a leer. Desde entonces no recuerdo un solo día en el que no haya tenido un libro entre mis manos. Hace poco conseguí hacerme con el tomo I de dicha edición de Aguilar, posiblemente con el que empezara en aquel verano. Su primera novela es Peter Camenzind.

Será por este maravilloso hábito que con él nació que tengo debilidad por su literatura. Aunque nada nos une ni en el terreno espiritual ni en el filosófico, adoro la belleza clara y sencilla de su prosa, la pasión melancólica que tiñe toda su escritura, me conmueve su entusiasmo por una vida que no sabe vivir, me emociona su ingenuo romanticismo, compadezco y envidio su ansia de trascendencia y su certeza de la misma, me identifico con su incapacidad para la interacción social aunque ambos sabemos que únicamente el contacto íntimo, empático y generoso con otros seres humanos nos salvaría de nosotros mismos.

Peter nació en la aldea en la que había vivido toda su familia desde que se tiene memoria. Casi la totalidad de sus no muy numerosos habitantes llevaban el apellido Camenzind.

“A despecho de aquella paciente monotonía, existía también en nuestra aldea lo bueno y lo malo, lo distinguido y lo inferior, lo poderoso y lo débil y algunos listos al lado de un deleitoso número de insensatos.”

Peter era uno de esos locos de los que hablaba su tío Konrad que no se conformaban con la “melancolía perenne de la aldea”, de esos a los que el viento del Sur les llamaba a buscar aquello que sentían en lo más profundo de su corazón era la razón de su existencia.

“En él (el viento del sur) adiviné el saludo de tierras lejanas que nos enviaban torrentes de calor y de belleza. Pues nada era tan deliciosamente turbador como la fiebre dulce que despertaba en la sangre el cálido viento. Sus ráfagas hacían perder el sueño a los habitantes de la altura y todos, en especial las mujeres, se sentían inquietos, con la mente presta a la fantasía o la ensoñación. Y en el fondo no era aquello más que el Sur, avasallando acometedor al Norte áspero y adusto, trastornándolo y turbándolo”

Peter creció rodeado de una naturaleza a la que dotó de alma, respetando su brutalidad e indiferencia, deleitándose en su salvaje belleza que le hablaba de Dios.

“… sentía penetrar con frecuencia en mi alma un temeroso y dulce sentimiento, como si toda aquella belleza nocturna fuera un mudo reproche para mí. Como si estrellas, montañas y lagos acuciaran a alguien para que cantara la belleza y el tormento de su muda existencia, como si ese alguien fuera yo mismo y estuviera traicionando la verdadera vocación de plasmar en un poema la muda presencia de la Naturaleza”

Una beca le permitió cursar estudios y alejarse de su aldea. Se hizo escritor (como decía él, un simple trabajo de recopilación que no bastaba para satisfacer la inquietud de su espíritu), conoció la soberbia y la vanidad de los que a sí mismos se llamaban artistas y de los que solo su carácter antisocial le preservó del contagio, disfrutó y padeció la bebida, sufrió de amores (no tenía gran aprecio por las mujeres) y disfrutó de una gran amistad y del dolor inmenso de su pérdida.

“Mucho más noble y dichosa que la gloria, el amor, el vino o la sabiduría, fue mi amistad. Ella sola iluminó aquella época de mi vida y prestó color y alegría a mis años juveniles de estudiante. Aún hoy sé que en el mundo no hay nada más delicioso que una amistad leal y verdadera entre hombres”

Como si de un Forrest Gump se tratara, por largas temporadas recorrió a pie los caminos de Europa en busca de esa bella naturaleza que le inspirara las estrofas de un poema que a todos atrajera a las fuentes de "toda pureza, de toda inocencia y todo candor”.

“Yo deseaba enseñarles a escuchar el latido de la tierra, a tomar parte en la vida del todo y a recordarles que no somos dioses creados por nosotros mismos, sino criaturas y partes de la tierra, de la cósmica generalidad. Quería recordarles que tanto los cantos de los poetas como los sueños de nuestras noches, tanto los torrentes, los ríos y los mares, como las nubes y las tempestades, son símbolos y portadores de nuestros anhelos de inmortalidad. El más íntimo meollo de cada ser, de cada alma, es esa seguridad de ser inmortales que llevamos en nosotros. Sabemos que lo bueno, lo sano, lo luminoso, nos habla de Dios y la inmortalidad, mientras que lo malo, lo enfermo y lo horroroso, sólo acierta a expresarse y creer en la idea de la muerte. Y yo quería enseñar a los hombres el modo de hallar en el fraterno amor a la Naturaleza, las fuentes de la alegría y de la vida”

Si lo leen, ustedes verán si consiguió su propósito. Yo simplemente me quedo con esa forma tan bella que tiene de describirlo.
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