De todos modos era hermoso vivir. Cogió de entre la hierba una florecilla violeta, acercó a ella los ojos, miró dentro del pequeño y angosto cáliz por el que corrían unas venillas y en el que vivían unos órganos minúsculos, finos como cabellos; allí, como en el seno de una mujer o en el cerebro de un pensador, bullía la vida, vibraba el afán. ¿Por qué no sabíamos absolutamente nada? ¿Por qué no era posible hablar con esta flor? ¡Pero si ni siquiera podían dos hombres hablar realmente entre si, pues para ello se precisaba de un azar feliz, de una singular amistad y disposición! No, era una suerte que el amor no precisase de palabras; de otro modo, estaría lleno de equivocaciones y disparates.
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