Elogio de la vejez

Nada hay tan caracteristico de estos dìas, en ningún otro indicio percibo tan intimitamente esa forma peculiar e infinitamente bella del final del verano como cuando, avanzada la tarde, regreso de un paseo o de alguna cena campesina con pan, queso y vino en alguna de las umbrías bodegas del bosque. Lo proprio de esas tardes es la distribución del calor, el tranquilo y lento incremento de la frescura de rocío nocturno, y la huida y resistencia tranquila e infinitamente dúctil del verano.
Ese lucha se deja sentir en mil ondas delicadas, cuando se camina dos o tres horas después de puesto el sol.

Los que se han marchado continúan vivos con nosotros mediante la realidad esential con la que influyeron sobre nosotros. A veces hasta podemos hablar con ellos, aconsejarnos con ellos y obtener su consejo mejor que con los vivientos.

Conozco bien el luto por el pasado, que puedo sentir con cada flor que se marchita. Pero es un luto sin desesperación.