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Al margen de las viviendas de protección oficial del ficticio Hanmouth, viven en sus preciosas casas ingleses de bien, ajenos a lo que la pobreza y, la falta de escrúpulos también hay que decirlo, llega a ser capaz para transformar la "apacible" vida de una peluquera y sus cuatro hijos en un auténtico infierno del que no se sabe si se encontrará la salida. Todo empieza con la desaparición de una niña de ocho años, China, que vive justamente en esas casas donde no llega el glamour, las cámaras de vigilancia, la sobriedad, el buen gusto y las tablas de queso que vende Sam (oficialmente el gay de la zona) en su coqueta tienda. La investigación de esta desaparición lleva a la policía a descubrir algo que era más que evidente, al menos para algunas personas, y acaba con la madre entre rejas. Pero este hecho nada tiene que ver con la resolución del caso...si es que la hubiera. Además de, lo que parece un secuestro y se acaba convirtiendo en algo más sórdido, encontramos descritas las vidas de los integrantes de esta ciudad inventada por el escritor pero que, seguramente, tenga muchas similitudes con otras muchas ciudades de las afueras de las grandes capitales de cualquier lugar del mundo (¿O sólo de la Vieja Europa?). Parejas de jubilados, profesores universitarios, militares retirados, algún bohemio artista... Sus vidas repletas de amargura, engaños, homosexualidad encubierta, consumo de drogas, hijos abandonados y no queridos, promiscuidad, matrimonios fracasados... Mucha basura que sacar a que se ventile y pocas ganas de hacerlo, sobre todo porque, ya se sabe, hay que guardar las apariencias. Así que el secuestro de la niña pasa a segundo plano cuando se trata de continuar con el club de lectura, la compra diaria, la hora del te y la colocación de más cámaras de seguridad para hacer de este reducto de buenas formas un lugar seguro. Cruda, desvergonzada, tremendamente realista y sarcástica, en algún momento excesiva y embarullada pero interesante. |
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