La pared

«Ahora mismo no soy más que la fina piel que cubre una montaña de recuerdos. Ya no quiero más. ¿Qué será de mí si la piel se raja?»

El ambiente de posguerra, sus vivencias como mujer y la naturaleza son tres de los hilos temáticos que atraviesan la obra narrativa de Marlen Haushofer, autora austríaca que, como se indica en el prólogo, fue recuperada hace poco gracias a la labor de feministas que vieron en sus libros una denuncia y representación que no merecía el olvido al que habían sido expuestas.

Este libro nos muestra una realidad distópica en la que una mujer viaja a Los Alpes y descubre al despertar que algo no va bien. Una misteriosa pared ha aparecido y la ha aislado del resto del mundo, que se ha quedado como suspendido en el tiempo. Sola, con la única compañía de algunos animales, la protagonista escribirá un informe sobre su día a día.

Este aislamiento involuntario será como pasar por las fases de un duelo: habrá rabia, tristeza, negación, aceptación, y sobre todo habrá tiempo. Tiempo para reflexionar sobre su antigua vida y dar espacio a que salgan las palabras que antiguas normas impedían salir. Alejada de la sociedad, ya no tiene sentido seguir actuando o pensando de acuerdo a nuestros códigos, de la misma forma que no tiene sentido seguir cargando con un nombre por el que nadie más volverá a reconocerla; en este lugar debe aprender otra forma de comunicación, nuevas reglas. Es entonces cuando empieza a dar alas a lo que había tratado de obviar y reflexiona sobre si era feliz, si estaba satisfecha con su papel de madre, esposa, mujer, si los humanos merecemos existir o acaso nuestra presencia siempre implica destrucción.

De esta forma la novela va cambiando sus ritmos y vamos siendo testigos de este ejercicio de memoria por parte de una mujer que con el paso de los años decide ponerse a escribir sobre lo que ha sido y es su vida allí: desde la monotonía de las tareas agrícolas, hasta los momentos felices frente al fuego, pasando por la nostalgia y la tristeza. Pero siempre recordando. Porque quizá esa necesidad de contar sea una de las pocas cosas de los seres humanos a las que se resiste a dejar ir.