Quisiera que la primera palabra que diga mi hijo sea una palabra bella. Me importa más que su obra social. Y si no, que no hable. Que diga magnolia, que diga piedad, no mamá o papá, no agua. Que diga devaneo.
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Quisiera que la primera palabra que diga mi hijo sea una palabra bella. Me importa más que su obra social. Y si no, que no hable. Que diga magnolia, que diga piedad, no mamá o papá, no agua. Que diga devaneo.
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Soy madre en piloto automático.
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El que escribe no necesita un saco de piel porque en su universo es verano.
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Somos parte de esas parejas que mecanizan la palabra «amor» hasta cuando se detestan; amor, no quiero volverte a ver.
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Odio tener que perder el tiempo con repetidores de obviedades, incluida yo.
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Es demasiado violento entenderse.
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Cuando los padres sufren son hijos.
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Más lugar tienen, más lo llenan.
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Hay que tener extremo cuidado con el resplandor. Cuando la mente, por más mal que funcione, resplandece.
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Desear es un caramelo pegado al cuello, al cuero cabelludo, a la yugular.
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¿A quien baila Raquel en la fiesta en la casa de los hidalgo?