El viento de Carnaval lleva a Vianne a un pueblecito de Francia. Con ropa de color, la melena sin recoger y una vivacidad que contrasta con el recogimiento de los habitantes de Lansquenet decide abrir una chocolatería en pleno período de constricción y penitencia por la Cuaresma que despierta la curiosidad y el recelo de la población a partes iguales. Narrado en primera persona, Chocolat intercala capítulos explicados por Vianne y capítulos protagonizados por el cura del pueblo, un hombre negro y estricto que condena desde un primer momento el atrevimiento de Vianne y llega hasta puntos insospechados para evitar que su parroquia peque. Un contraste entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad que desprende un toque de magia tanto en el sentido más puro de la palabra como por la sensación que deja; hablando de maternidades, de las opciones de las mujeres, de las elecciones de vida, de las apariencias, de la pérdida, del destino, y del inevitable temor a lo desconocido. Nunca me había llamado y esta Cuaresma sentí la necesidad de leerlo. Lo acabé en un par de días, completamente enganchada, con una sensación entre la ternura y la melancolía, y con unas ganas enormes de teletransportarme a uno de los taburetes de la Praline para poder probarlo absolutamente todo. Es un libro muy especial. |