Tenemos que vivir para aprender, y a veces tenemos que luchar para vivir.
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Tenemos que vivir para aprender, y a veces tenemos que luchar para vivir.
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El amor no les había hecho más pobres: el amor les había hecho ricos.
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Era el amor lo que había hecho que cada caricia se sintiera vomo una redención y cada beso como un renacer. No el deseo ni el placer: era el amor lo que creaba aquella dicha
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Nuestra inmortalidad viene a través de nuestros hijos y sus hijos. A través de nuestras raíces y ramas. La familia es la inmortalidad. Y Hitler ha destruido no solo ramas y raíces, sino árboles genealógicos enteros, bosques. Todos se han ido.
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Mi oración es que la gente de hoy conozca el pasado para que no lo repita.
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¿Habrá alguna vez un momento en que la gente no tenga miedo? El mundo entero gime de agonía, Angelo. ¿Puedes oírlo? Puedo oírlo. No puedo dejar de oírlo, y tengo tanto miedo. ya no quiero tener miedo.
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Fue el amor lo que hizo que cada toque se sintiera como una redención y cada beso como un renacimiento. No solo la lujuria. No solo el placer. Fue el amor lo que creó la alegría.
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¿Cómo puedes comprometerte con personas que no quieren que existas? Quieren que desaparezcamos. No puedo adaptarme a la muerte.
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El miedo es extraño. Se instala en el pecho y se filtra a través de la piel, a través de capas de tejido, músculo y hueso y se acumula en un agujero negro del tamaño de un alma, succionando la alegría de la vida, el placer, la belleza. Pero no la esperanza. De alguna manera, la esperanza es lo único que resiste el miedo, y es esa esperanza la que hace posible el próximo aliento, el próximo paso, el próximo acto diminuto de rebelión, incluso si esa rebelión es simplemente mantenerse con vida.
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Estamos en guerra, y la guerra se las apaña para dejarnos sin perspectiva. La guerra versa sobre la vida y la muerte, y lo pinta todo con las sombras del ahora o nunca. Hacemos cosas que en otro momento no haríamos porque el nunca es aterrador y el ahora, muy tranquilizador (...)
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La edad de la inocencia