84, Charing Cross Road

Vas a llorar. Asume cuando metas la nariz en esta aventura epistolar, que desborda amor por la literatura y la vida, que llorarás. No solo te emocionarás en muchos momentos. Llorarás con el corazón del revés y sentirás un muelle en la garganta que no permite que las lágrimas dejen de deslizarse peligrosamente por tus mejillas. Peligrosamente para el libros, si eres como yo, de esas que no son capaces de renunciar a ese abandono de los sentidos; al placer de la vista, el olfato, el tacto... El peso diferente de cada ejemplar, el olor a nuevo o las páginas que revelan aquellos lugares preferidos de su dueño anterior.
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Así imagino a Helene, una sibarita de las ediciones más variopintas de libros que he leído mil veces o ninguna, pero que me resultan fascinantes y ya deseo recorrer como si se tratasen de una suerte de exóticos folletos de viajes en el tiempo. Así también nos veo a María y a mí, cada vez que voy a @libreria_central, buscando un libro perdido, descatalogado, que quiero ilustrado o en edición conmemorativa. Y, entre título y título, vamos y volvemos a Nunca Jamás, pasamos por Oz y regresamos por Narnia. Yo le cuento de Hogwarts y arreglamos el mundo para que todo siga igual. Todo lo bueno.
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No encontramos la Lolita que quería, pero me sorprendió con esta edición tan bonita -aunque en tapa blanda-, de 84, Charing Cross Road (1970), de Helene Hanff, quien comienza a solicitar, en 1949, ejemplares "limpios", de segunda mano y a un precio razonable a esta librería londinense. Y continuará veinte años manteniendo esa peculiar relación con Frank Doel, su familia y demás empleados, a los que obsequiará con patas de jamón, huevos o medias de nylon, productos que escaseaban en la Inglaterra posterior a la Segunda Guerra Mundial, ganándose todo su aprecio.
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Estas cartas, que nos acercan fragmentos de biografías anónimas que padecieron momentos históricos de tanto peso, vienen a desarmar por completo, una vez más, la idea del libro, tan general, del autor triunfador o del artista, perdón, del Artista, con mayúscula. Hanff se esforzó durante toda su vida escribiendo algo que soñaba, no con ser un éxito internacional, tan solo con ser. Con permitirle subsistir con cierta holgura y ampliar, quizá, las estanterías de su colección. Y lo hizo. Aunque no fueran sus obras o sus guiones. Una placa con su nombre brilla en el 84 de Charing Cross y millones de lectores hemos apartado su libro, tratando de mantenerlo limpio, salvándolo de esa lágrima traicionera que siempre se rebela cuando llega el final.
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