Un hijo cualquiera

Vuelvo a salir de viaje con Eduardo Halfon y en esta ocasión lo hago leyendo su personal, intimista , susurrante y profundo libro, Un hijo cualquiera.

Una excelente lectura de un autor, que siempre consigue seducirme. Me gusta su forma de llevar las historias, de engarzar los diferentes capítulos, de contarnos parte de su vida, que mezcla de forma absolutamente certera con elementos que nos sugieren otros universos.

El autor despliega con interesante y concreta solvencia andanadas de cuestiones que a todos nos cociernen.

El autor parece soldar eslabones a una cadena que para él tiene difícil final , pues en su obra y en muchas ocasiones de este libro, lo veremos retomando algunas cuestiones de pura existencia humana.

Es como si formular preguntas y darse respuestas no fuera suficiente, parecería que las preguntas y las respuestas encallaran en un puerto cerrado del que no es fácil salir.

La vida, la muerte, la paternidad, la familia, la política, el poder, aquello que nos identifica, la vocación, la existencia y sus asuntos más complejos de dirimir, levantándose frente al autor como tótems, e ídolos fuertes, quizá cargados de sabiduría y conocedores del secreto, que no aceptan trasladar a lo humano cuanto conocen, al ser sin acabar que somos.

Pero siempre nos conduce a través de un mundo personal, valiente y relevante a la indagación histórica y a la crónica de su país, aunque realmente, las encontramos unidas, fundidas.

Y será la paternidad , un tema no demasiado habitual en la literatura escrita por hombres, lo que parece activar sus mecanismos de atención, de recuerdos y de experiencias para presentarnos un texto donde la presencia de su hijo es omnipresente y también para relatarnos todo lo demás, el mundo del escritor y la literatura, sus relaciones con su país de origen y su historia más reciente, y sobre su familia para descubrir un mundo propio.

Leyendo, hallaremos a un padre vulnerable e íntimamente conectado a una familia cuyos acontecimientos construirán una historia que también debe ser recordada, así como cuanto sucedió en Guatemala y sus enormes secuelas.

En Un hijo cualquiera, percibimos claramente el retrogusto que lleva al autor a manejarse por las rutas del paso del tiempo. La sustancia que lo impulsará del ocaso del pasado al alba del presente, es la misma que ocurrirá a la inversa.

Se trata, bajo mi punto de vista, de un baile cuya música la dirige un acertado y brillante flash-bask, esa técnica que usan escritores y directores de cine, ese tipo de narración que juega rompiendo la forma lineal de los acontecimientos, rompiendo la lógica sucesión de los tiempos.

Eduardo Halfon nos muestra una caja y la abre a nuestros ojos, se trata de un puzle, derrama las piezas encima de una mesa para enseñarnos como irá acoplando cada pieza en su lugar, y así poder percibir figuras, personajes, momentos, lugares, espacios, para que veamos y contemplemos el mundo, un mundo, el suyo.

En el libro, además, el autor se significa claramente al dotar al personaje central de la novela, con su propio nombre, una licencia que asume el autor, poco frecuente en literatura, tomando algunas mínimas distancias para separarse de quien está narrando.

El autor está en este libro mencionando su vida, necesita que lo sepamos, confirmándose este deseo en cada renglón.

El hijo, el padre, el abuelo, el ramillete de personajes, las circunstancias que lo rodean… todo irá formando el encaje, el entramado que construirá una potente y brillante historia, que va a conseguir sorprendernos, que va a lograr que notemos el deseo de seguir leyendo a Halfon, además de querer conocer el resto de su obra.

Una prosa elegante, convincente, a la vez breve, cuyos hilos finísimos van tejiendo un tapiz que se muestra veraz, sincero, franco, asumiendo que no es necesaria demasiada retórica para decir cosas de absoluta sustancia, cargadas de significación, usando no demasiadas palabras para decir grandes cosas.

Un escritor que ficcionaliza parte de su pasado asi como los motivos personales y los afectos , que también convierte en símbolos por los que circula su vida pasada hasta su presente e incluso dispuesto a intentar llegar al futuro.

Un libro donde cualquier dato por insignificante y pequeño que parezca se convierte en importante y además fusionando la realidad con la ficción.

Cada vez que lo he leído, me quedo con ganas de más. Recorreré su obra desde el principio. ¿Me acompañan?

Gran literatura, así son las obras de Halfon.

Ayer almorcé a media mañana con un viejo amigo. Quedamos de nuevo para un café después de comer y, como el encuentro sabía a poco, decidimos alargarlo a una cerveza tras la cena para despedirnos cuando ya había caído la noche.
Así queda grabado en mi cerebro este libro porque leer a Halfon es siempre como quedar con un amigo para escuchar sus nuevas historias, pero también las viejas.

En los breves textos de 'Un hijo cualquiera', está ese Eduardo que ya conocemos: el ingeniero frustrado, el lector tardío y voraz, el sobrino de Salomón o el escritor que trata de encontrarse; pero también conoceremos un perfil que aún no nos había presentado: el padre entregado y temeroso. La paternidad aparece como hilo en la mayoría de los relatos porque es difícil no ser atravesado por determinados pensamientos cuando tu mundo cambia su centro de gravedad.
La ternura e introspección, la búsqueda de respuestas y las nuevas preocupaciones son algunos temas que van asomando y que Halfon maneja a la perfección. Se nota cuánto sigue esforzándose por encontrar la frase exacta y encajarla en el momento preciso. No puede ser de otra forma en un escritor que, probablemente, es su "lector hijo de puta" número 1.

Lo he leído del tirón, como no puede ser de otra manera, y destacaría 'La nutria verde', 'El lago' y 'Papeles sueltos'. Aunque mirando el índice una vez terminada la lectura, me doy cuenta de que elegir no tiene sentido. Simplemente abre el libro por cualquier página y encontrarás, seguro, algún destello de luz.

Sigo pensando en la prosa de Halfon como si fueran los trazos de un pintor callejero. Apenas le bastan unas pocas pinceladas para plasmar un cuadro emotivo. Así, a Eduardo Halfon le bastan unas pocas páginas para emocionar al lector. Un lector que desde que termine esta novela no volverá a ser el mismo, o cualquier otra de la carrera del autor guatemalteco.

Halfon divide cada capítulo en una imagen que queda sellada a fuego en la memoria: un corte y una decisión, agujas en la cara o el suicidio, y la puerta abierta al mismo, o incluso un libro que pierde páginas a medida que vamos leyendo. Un autor que tiende un puente para dialogar con el lector y le pregunta. Porque al final, todos nos preguntaremos, entre otras cosas, qué tipo de lector somos, o seríamos, de haber viajado a París como hizo el autor. Un lector junkie (para quien la literatura es una droga), un lector artesano en busca de la clave para desentrañar los enigmas de los escritores, o somos un lector hijo de puta e intransigente.

Consejo de lector artesano: conviene hacer pequeñas pausas entre los capítulos de Un hijo cualquiera, quizá lavarse la cara sea una buena opción. Cada capítulo es una copa de vino diferente sobre el paladar. Sabores que si bien son exquisitos, conviene limpiar de los ojos y de la mente para evitar la sobreestimulación. Halfon escribe la historia de su vida con pequeños fragmentos, quizá cuentos o pequeños relatos, que funcionan a nivel independiente, pero juntos componen una propuesta coral exquisita. Es en este contrapunto donde la novela brilla con luz propia. 

La temática sigue el hilo del resto de obras: la vida del autor. En este caso Halfon nos trae un retrato de su experiencia como padre. Una exploración de su transformación, de ese proceso de enamorarse de un hijo, y de cómo el paso del tiempo pasa a ser una cuestión determinante. 

Qué maravilla de libro. Capítulos cortos en los que Halfon nos habla de tantas cosas... Su experiencia con la paternidad, sus miedos ante esos "peligros" que no vemos para nuestros hijos, pero sabemos que están. Reflexiones sobre su identidad, sus antepasados, sus "países" de origen, la violencia, la religión...
Y la literatura. Tan importante para much@s de nosotr@s.


Cómo me gusta Halfon, lo que cuenta, cómo lo hace. Todo. Sólo he leído 3 libros suyos, y cuando lo termino, me entran ganas de hacer una maratón lectora con toda su obra (porque no entiendo por qué no he leído aún El boxeador polaco, de este verano no pasa)

Un hijo cualquiera (2022) reúne 18 relatos cortos alrededor de los temas conocidos del autor : orígenes, familia, viajes, enfermedades padecidas, amistad, el hermoso lago Amatitlán (hermoso visto de lejos), el conflicto armado guatemalteco, las lecturas de Halfon, y, novedad, sus impresiones de padre primerizo. Este último tema representa de evidencia para él algo sublime, algo que descubre y que lo deslumbra y enternece. Es quizás el hilo conductor de la corta novela, aunque el autor, en una entrevista radiofónica con Manuel Sollo, dijo creer que estaba escribiendo dos libros : sobre el hijo y sobre crónicas personales.

Me gustó mucho el párrafo dedicado a las fases del lector empedernido : la primera fase, el lector junkie o voraz, dónde «leer es como si la literatura fuera una droga», la magia de alguien que acaba de descubrir los libros y la lectura y que siente el deseo de leerlos todos; la segunda fase es la del lector artesano, «el lector que quiere descifrar la artesanía de la escritura» y que se hace preguntas como "¿qué hace Kafka para que un cuento resulte desasosegante", o "por qué es tan efectivo el tono de Virginia Woolf ?"; para terminar en la fase de lector hijo de puta o de lector cascarrabias que ya no tiene tiempo para perder con lecturas mediocres: «ya no me sentía obligado a leer más de unas cuántas páginas si sentía que las palabras no estaban bien pulidas o las frases eran flojas, ni cacofonías indeseadas. Sigo en esa tercera fase, sigo siendo un lector hijo de puta, pero uno que desea o implora que algún día le llegue la cuarta fase». Agrega que una cuarta fase podría ser para él, la de relector de los clásicos universales.

Una vez más la escritura pulcra de Halfon sorprende y maravilla al lector, se tiene la impresión de seguir una armoniosa partitura de música.
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